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miércoles

Cartas de amor bajo la lluvia


Diego se encontraba cada vez más solo. O puede que solo no sea la palabra exacta. Se sentía incomprendido. Veía con amargura cómo se alejaba sin poder evitarlo de la gente que lo rodeaba y eso le preocupaba pero no podía hacer nada para remediarlo. Estaba ausente en las reuniones, ausente por desubicado. Y cuando intervenía, se sentía aún más aislado que nunca porque todos se reían pensando que hablaba en broma o lo miraban con caras raras cuando él insistía en sus tesis.

No siempre había sido así. Todo había empezado unos años atrás, cuando un diluvio universal inundó su corazón. Sintió llover sobre su alma como no había visto nunca al perder aquel amor. Fue mucha pérdida aquélla, pues perdió a la mujer que amaba con todo su ser y lo más trágico de todo, se desvaneció su concepto vital de amor eterno. Todos intentaron ayudarle entonces, ofreciéndole paraguas que no podían detener aquella lluvia. Así que después de un tiempo así, aprendió a convivir con ella y ya ni siquiera se preocupaba. Se sumergió en la lectura, como siempre había hecho, pero en esta ocasión tal vez más desesperadamente que nunca. Y fue así como, sin darse cuenta, empezó a saber vivir con su temporal a cuestas al mismo tiempo que se alejaba del resto del mundo. Entre lectura y lectura empezó a escribir, para terminar de rematar el cuadro.



Aquella peregrina idea surgió después de terminar la más bella historia de amor que había leído nunca. En ella, el protagonista trabajó durante un tiempo escribiendo cartas de amor por encargo. A él le sedujo la idea y cuando comentó a sus amigos el trabajo con el que había pensado sacar unos ingresos extraordinarios éstos se rieron, claro. Ésta vez, él no insistió en el asunto. Pero lo que sí hizo fue anunciarse en el periódico. En silencio.

Diego. Cartas de amor por encargo. Precio a convenir.

El anuncio entre rubias exuberantes ofreciendo sus servicios y viviendas de lujo que por cierto, ¿quién compraría en los tiempos que corren?, era cuanto menos, curioso.

En contra de lo que él mismo imaginaba, una respuesta rápida le sorprendió haciendo su primera petición laboral. El interesado se llamaba Fermín y le explicaba en un correo electrónico con pelos y señales la situación. Quería conquistar a Daniela, compañera de trabajo a la que alguna vez se le había insinuado, pero que ahora habían trasladado a una región lejana. Diego se puso manos a la obra.

Durante la primera carta estuvo nervioso porque tomó conciencia de lo mucho que podía haber en juego. Él mejor que nadie sabía la magnitud de un amor. Fue suavemente romántico y la quiso conquistar con una dulzura envolvente, sin aspavientos. No se fuese a asustar a la primera. La cosa marchó bien. Fermín le reenviaba las respuestas de Daniela. Diego las leía y contestaba. Enervando el tono, cada vez más apasionado. Después de una copiosa correspondencia aquello era cosa hecha, el amor había surgido. Fermín le dijo que no era necesario escribir más. Daniela lo amaba con locura y regresaba a la ciudad. Muchas gracias, no sabe cuánto le agradezco.

Aquella misma noche, con el trabajo concluido, Diego estuvo releyendo todo el correo que había surgido de aquella extraña idea que a sus amigos había hecho tanta gracia. Se sentía orgulloso. Le encantaban las cartas de amor y aquellas eran realmente preciosas. En la calle llovía a mares. Arreciaba la lluvia y él divagaba, con las cartas en la mano, mirando los árboles empapados a través de su ventana. Tampoco era para tanto. Las lluvias, ni siquiera aquella que parecía ser eterna, ya no le impresionaban. Qué era al fin y al cabo todo aquello después del diluvio que había soportado su alma. Entonces, el timbre lo sacó de sus ensoñaciones.

En la puerta había una muchacha de unos treinta años con carita aniñada y absolutamente empapada. Tenía la mirada cansada, como si sus ojos lo hubieran estado buscando durante siglos. Sin dar tiempo a que él pudiera reaccionar, le dijo:

- Hola, soy Daniela. Pero también puedes llamarme Fermín.

José Luis Pineda Requena
Córdoba, 12 de septiembre de 2006

11 comentarios:

Daniela dijo...

José Luis (Diego)...eres demasiado genial, de verdad, tienes un dominio mágico sobre las letras, que maravillosa historia.
Pérez-Reverte, de saber esto se pone verde de la envidia.
Me quedo hipnotizada leyendo entonces me acerco a tu puerta, la abres y te digo...soy Daniela. Pero también puedes llamarme Fermín.

Trini Reina dijo...

Me he quedado con la boca abierta. Esta historia es genial y, a una romántica empedernida como yo le ha encantado, no podía ser de otra forma.

Un abrazo

Capitán Alatriste dijo...

Daniela, me alegra que te haya gustado el relato. Tus palabras son tan dulces siempre que es una gozada venir y leer tus comentarios.

Hola trini-romántica-empedernida. Bienvenida al club.

Sabed las dos y quien quiera venir que la idea es "real". Me gustaría ganarme si no el sustento, al menos los vicios (je), escribiendo cartas de amor. Sería bonito. Así que si conocéis a alguien que requiera de esos servicios, dar aviso.

En el periódico me da un poco de vergüenza poner el anuncio, pero en el blog lo haré, je.

Noa- dijo...

Como un moderno Cirano de Bergerac, preciosa tu historia.

Saludos

Daniela dijo...

José Luis ...sé que es real el ofrecimiento, hace poco cuando charlamos te encargué otra carta, vuelvo a ser Fermín o me cambio el nombre?.
Un beso.

Anónimo dijo...

Qué historia!!!y encima real!!!eres buenísimo!!!Que sepas que no te voy a dejar de piropear porque te seguiré leyendo,asi que acostumbrate y deja de ponerte colorao!!!
Un besazo Capi

Dulcinea dijo...

Precioso eso que cuentas.

libertad dijo...

Sutil. Elegante. Claro...me gusta lo que he leído y no sólo de este post, sino de los que me ha dado el tiempo a leer. Siempre que leo a alguien de mi tierra, me imagino escribiendo en la biblioteca provincial en aquellos años en que el aburrimiento me podía y me dedicaba a leer biografías...hasta que encontré aquel libro antigüo de Bertrand Russell sobre "la conquista de la felicidad". Echo de menos esos años, y no sé por qué tú has reinventado mis sueños. Gracias
B.

Esmeralda dijo...

Vengo a dejar flores similares a las anteriores. A decir que me ha embrujado tu sensibilidad y que la historia me encantó.

Un saludo y gracias por tu visita.
Una niña de 18 años ;)

Capitán Alatriste dijo...

Cirano de Bergerac, ese gran personaje que acabo de apuntar a la lista de relecturas.

Daniela no te cambies el nombre. Me gusta ese.

Alicia presidenta!!! Alicia gracias por tus siempre amables palabras.

Dulcinea, precioso es tu nombre y la locura de amor que representó.

Libertad, ¿eres cordobesa? Hablas como si hubiera pasado mucho tiempo. Como si estuvieras muy lejos. Bueno, en cualquier caso ya sabes donde tienes un rinconcito de Córdoba donde refugiarte. Gracias por tus palabras.

Aroma. Una italianaaaa, por favor que honor me haces. Vuelve cuando quieras.

Esmeralda, gracias por tus flores.

Besos a todos.

Sonicnurse dijo...

que cosas dulcfes que se dicen por aca