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miércoles

La estación



Las estaciones de tren no eran su lugar favorito para tener que esperar a alguien. Y aquélla en concreto lo era menos aún. Allí, en una lluviosa tarde de octubre había vivido años atrás la primera y más dura escena de su vida. Allí por primera vez tuvo que decidir algo importante y allí por primera vez supo de las complicaciones que traen consigo las decisiones trascendentes. En aquella bonita estación una vez el mundo se le hizo pequeño porque no supo cómo decirlo, porque tuvo que soportar la mirada del dolor que él mismo causaba sin querer hacerlo, sin saber por qué todo aquello tenía que suceder, sin saber por qué las cosas cambian, por qué las cosas que parecen eternas de repente un día se vuelven efímeras y el mundo se torna del revés. Allí por primera vez él dijo no. Él prefirió no tomar aquel tren y salio hacia un nuevo mundo en el que llovía la tristeza en la tarde más gris que había visto jamás.

Ella entró en la estación aparentando normalidad. Habían pasado dos años desde aquella triste tarde otoñal y se decía curada. El tiempo es una medida tan relativa. Había domado tanto dolor, tantas sensaciones en aquel tiempo que por momentos aquellos dos años le habían parecido lustros. Había soñado tanto que a veces los años se hicieron minutos. La vuelta obligada a aquel lugar tan evitado era como una especie de punto final, era algo así como la prueba definitiva de que la página más cruel de su vida había sido redimida por completo. Faltaba volver y que todo fuera normal, porque en aquella estación un día su vida dejó de serlo. Aquella lúgubre tarde se sintió morir cuando él dijo no, cuando él quiso que ella tomara sola aquel tren.

Su amigo se retrasaba y él empezó a ponerse nervioso porque llevaba en aquel lugar más tiempo del que había previsto. Entonces, ese absurdo instinto de morbosidad que a veces nos guía le hizo caminar hacia el andén del fondo. El andén número nueve. La tarde estaba gris como aquel día. El tiempo parecía no haber pasado, los trenes parecían iguales, la gente parecía la misma. Al llegar al andén se detuvo e inclinado sobre la misma columna recordó. Recordó a aquella mujer maravillosa a la que incomprensiblemente él había dejado de amar, recordó sus nervios, su aliento entrecortado. Sus dudas del último momento. Pero lo que mejor vino a su mente fueron las lágrimas, las lágrimas y los ruegos de alguien a quien acababa de destrozar con sus palabras y la involuntariedad culpable del que deja de amar sin ningún otro motivo que ese. Se volvió a sentir traidor, cruel, justo como aquel día y se preguntó qué sería de ella.

Ella cruzó el vestíbulo de la estación con su normalidad fingida y al mirar el cielo su corazón se empezó a acelerar porque estaba gris y triste, justo como aquel día. El ambiente se le hacía cada vez más denso porque reconocía los mismos trenes al fondo, la misma gente que camina en todas direcciones, el mismo aura de tristeza que ella intuyó aquella tarde. Respiró hondo y recogió su billete pero al intentar ubicarse su corazón dio un vuelco cuando observó que el tren que inevitablemente había tenido que ir a tomar a aquella estación partiría desde el andén numero nueve. El andén numero nueve. Era como si los dioses quisieran comprobar si de verdad estaba curada haciéndolo de la forma más difícil. La misma estación, los mismos trenes, la misma gente caminando acá y allá, el mismo andén. El andén número nueve. Se dirigió con decisión a buscar el tren que esta vez sí, la transportaría a otra vida. O al menos eso quiso pensar, y con la diligencia de quien huye del infierno avanzó hacia su destino.

Y así, casi sin darse cuenta, los dos estuvieron de nuevo en el inicio de aquel andén de triste recuerdo. Fue entonces cuando sus miradas se cruzaron y se vieron. Y a fe que nunca vieron tanto con una mirada. Todo su mundo cambió de repente y ambos sintieron la misma sensación extraña, brutal. Ninguno supo qué hacer, ambos pensaron mil cosas en un segundo y tuvieron todas las certezas y todas las inseguridades unidas bajo un cielo gris. Él soñó toda su vida en un instante, y en aquél andén se reflejaron todos sus versos, leídos, escritos, todo el amor imaginado se hizo cuerpo y le alegró observar que las cosas nacen así. Ella desterró en aquel momento toda su amargura, supo que todo el dolor había merecido la pena y que aquella era la recompensa a tanto tormento, supo que había vuelto a nacer bajo la misma tarde de otoño. Con una excusa banal, se acercó para preguntar su nombre y fue así cómo y dónde se conocieron.

©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 19 de Septiembre de 2005

2 comentarios:

Libelula dijo...

Es muy triste tu historia.. o tal vez no.
Pero como yo tengo recuerdos asociados y algo muy similar me pasó, lo encuentro triste.
Bella historia.
Ojala todas tuviesen un final feliz.
Gracias por este hermoso regalo

Capitán Alatriste dijo...

No no no no, no es muy triste. Si es de las pocas que me salieron con final feliz, jeje.