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El secuestro

Bueno, fiel a la idea de ir colgando textitos de cosecha propia os dejo uno que me resultó muy divertido hacer en su momnento. Mañana partimos rumbo al ambiente de un mundial. No sé si tendré ocasión de actualizar el blog desde allí, en cualquier caso como no lo conocéis, os dará igual, jeje. Intentaré mandar la dirección de este blog a la vuelta.

El secuestro

Estaba inmóvil y amordazado. Había perdido la noción del tiempo y del espacio. Por su mente transitaban pensamientos inconclusos, difusos, angustiados. Pensaba en su madre. Pensaba en cómo podía haberle pasado, cómo había podido acabar allí. Él no era el tipo de persona qué … pero allí estaba y cuando intentaba pensar en cómo, por qué, de nuevo el desorden le invadía. El desorden, la angustia, el oxígeno que le faltaba. De nuevo su madre. Y María. María, María, María. Tenía ganas de vomitar pero la mordaza, la oscuridad y la poca dignidad que le quedaba se lo impedían. María.

María llevaba dos días sin comer. Eran los dos días que Martín llevaba desaparecido. Todo eran idas y venidas a la casa de su madre, la de él. Llamadas, policía y guardia civil, algún reportero sin escrúpulos y angustia, mucha angustia. Por qué, por qué, por qué. Por qué a él, por qué a ellos. Estaban a punto de casarse, eran una pareja ideal, una pareja feliz. Tan sólo había salido aquella tarde a pagar la instalación de aire acondicionado. Aquello no podía estar ocurriendo, no a ellos. ¿Dónde estás Martín? ¿Qué han hecho contigo? Necesitaba volver a verlo, regresar a su proyecto de amor, a sus planes de boda, ya quedaba poco por comprar, poco por pagar. Ya estaban casi a punto de casarse. Otra llamada más. Lo han encontrado. Está vivo, está bien. Respirar, respirar, respirar.

Martín mantenía a raya todos sus pensamientos intentando no vomitarse encima porque debía ser horrible vomitarse encima a través de una mordaza y en la oscuridad del maletero de tu propio coche. No, no, aguantaría ese poco de dignidad aunque pensándolo bien… no, no, no, ni por esas. Tenía que aguantar. En esas estaba cuando se hizo la luz. Por fin el portón del maletero del coche se abrió y pudo ver a varios guardias civiles que lo miraban sorprendidos, alegres. Estaba vivo. Lo sacaron del coche, le quitaron la mordaza y las ataduras y lo llevaron a casa.

•••

Por fin te tengo Martín, no sabes lo mal que estuve aunque tú… mucho peor claro, no me lo quiero ni imaginar. Perdona mi amor, perdona, qué ocurrió?. No, no, mejor no hablar de ello, estarás exhausto, estarás asustado, estarás aterrorizado. María, María, María. Ya pasó, ya pasó, estate tranquila. No todos los días lo secuestran a uno para robarle el dinero del aire acondicionado pero estate tranquila porque ya pasó, yo estoy bien, ya por fin estoy contigo sin dinero y sin aire pero con la promesa de que ya nunca nadie me va a volver a secuestrar. A mí ya nadie me secuestra de tu lado María. Maldito el aire acondicionado y maldito el rapto de ti, lo que tú has tenido que sufrir María del alma mía con tu miedo que me calaba los huesos y esa oscuridad en la que no me veías. María, lo mal que lo has tenido tú que pasar sin saber y ojalá no sepas nunca María porque a mí ya no me secuestran más, eso te lo juro. Ya está, ya está mi amor, se acabó esta pesadilla, durmamos. Que amanezca un nuevo día. Que empiece una nueva vida.

Pero las nuevas vidas no empiezan así, sin más. Las nuevas vidas se luchan, se ganan. No surgen del despropósito. No de la miseria, de la indignidad, de situaciones tan ignominiosas, tan insalvables. Qué creía yo. Qué ignorante. Qué estúpido. Qué miserable. María no se merece esto. Mi madre, oh mi madre. Que soy, qué queda de mí. Todo eso pensó Martín cuando a la mañana siguiente vio acercarse a la casa al guardia civil sin cara de sorpresa y sin alegría que vino a buscarlo, para llevárselo porque estas cosas no se hacen Martín, qué creías Martín.

El guardia civil tocó el timbre acompañado del dueño del prostíbulo en el que Martín había pasado sus dos días de secuestro, con aire acondicionado y todo, y que le había ayudado a poner la mordaza a su locura. Ella lo miró con cara de decir qué pasó Martín, quién es este señor y por qué el guardia hoy no sonríe. Y él no la miró porque quería morirse en ese momento pero pensó: Lo que me viene ahora María.

María, María, María.


©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 23 de Marzo de 2006

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