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Reloj de arena

Este relato nace de una curiosa metáfora surgida en una conversación de jueves noche en el Soul. Además, enlaza con el famoso misterio que Gabriel García Márquez dejó escrito en su libro "La mala hora".

Feliz Navidad a todos.

El reloj de arena

Mi vida siempre fue como un reloj de arena. Un maldito y desgastado reloj de arena. Ciclos, etapas, marcadas por el lento y suave discurrir de ese polvo, siempre hacia abajo. Siempre hacia abajo. Así hasta vaciarme, hasta terminar un período más y entonces esperar, que algo o alguien de vuelta al reloj, sacuda tu vida, para que todo vuelva a empezar.

Llega un momento en que los intervalos detenidos son incluso mayores que en los que la vida discurre. El vacío. Es entonces cuando empiezas a sentir que tal vez en esta ocasión no haya nada que precipite un nuevo ciclo, tal vez ya no hay nadie que destruya la detención de tu tiempo. Es entonces cuando empiezas a pudrirte. Casi sin darte cuenta, hasta que ya el proceso es irreversible.

Lo supe aquella noche, en el bar. El camarero me dirigió una mirada piadosa y me permitió apurar el último whisky mientras barría con desgana el sucio local. Era una imagen tétrica, que jamás habría imaginado. El alcohol nublando mis sentidos, el olor execrable del abandono, el tambor de sus mentiras percutiendo sobre mis tímpanos. Apuré de un trago la bebida y me dirigí a la destartalada puerta que unas horas antes ella había cruzado para no volver. Jamás. Fue entonces cuando supe que el reloj de arena se había estancado para siempre. Ni ella ni ninguna otra vendría a voltearlo de nuevo.

En la calle el frío me golpeó la garganta como un aguijón envenenado y apoyándome a duras penas sobre un coche vomité. Vomité todo el whisky que había tomado pero no la angustia ni la desesperación que turbaban mi ser. El reloj. El reloj, el maldito reloj no iba a volver a girarse. Nunca. Y yo estaba seguro de ello. Dos calles más arriba encontré un hotel vetusto y triste, con las luces apagadas. Decidí no caminar más así que toqué en el timbre. Me abrió una señora mayor que procedió diligentemente a tomar los datos del registro. Me dio la llave de la habitación 121. Bonito número, le dije, y subí hasta la primera planta mientras ella me miraba de soslayo. Cerré la puerta y me tumbé sobre la cama sin deshacer a fumarme un pitillo mientras miraba el gigante muro de ladrillos negros al que daba la única ventana de la habitación. Apagué la luz.

La mujer llora desconsolada jurando a los policías por sus hijos que ese hombre se registró anoche a las dos de la mañana. Les cuenta como ella misma lo atendió e incluso le relata la anécdota del número de la habitación. La policía, desconcertada, lleva la mirada del cadáver a la mujer y de ahí, a la efigie impertérrita del forense. Intentan imponer tranquilidad. Hay que aclararse ante la podredumbre del cadáver y el forense acaba de atestiguarlo: “Ese hombre lleva muerto desde hace ocho días”. Estúpida ciencia. Ni siquiera son capaces de determinar que empecé a pudrirme mucho antes de ocho días, justo cuando el último grano de arena se deslizó por el cristal de mi reloj vital. Y sí, me registré anoche, ante la certeza de que ya no habría más ciclos. Pero ellos ya no pueden oírme.

©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 20 de diciembre 2006

7 comentarios:

Daniela dijo...

José Luis...cada vez me impresionas más, con tu forma de redactar , es excelente. La vida de todos es un reloj de arena, con ciclos inexorables que se tienen que cumplir. Lo importante en el caso del joven del relato, es no esperar a que venga otra persona a voltear el reloj, cuando se da cuenta que se está acabando él último granito, aprender a voltearlo solo. Y siempre pensar que nos espera algo mejor. Te quiero y te felicito por lo bien que escribes.
Besos.

MAR dijo...

Vine a poner mi otra mejilla,porque en mi blog no me trataste muy bien, pero no importa es navidad y yo no guardo rencor en mi corazón.
Feliz navidad para ti, con mucho cariño.
MAR

Capitán Alatriste dijo...

Daniela, gracias por tus palabras de aliento siempre. Claro, la clave es saber voltearlo solo...no hay otra.

Mar, no sé a qué te puedes referir porque no he dejado ningún comentario en tu blog. En cualquier caso, gracias por tu visita y Feliz Navidad.

Isthar dijo...

Es una historia conmovedoramente triste.

Supongo que en el fondo no hay nada más descorazonador que morir en vida, que sentir un día que hace tiempo el reloj vital dejó caer su último grano y que desde ese momento, no somos si no fantasmas de lo que una vez fuimos, con los minutos contados...

Un abrazo muy fuerte :*

Esther Shylock dijo...

Hay que estar muy atento a la putrefacción en la vida, sobre todo mientras un reloj de arena, tan simple él, este haciendo su función, su simple función.

Un beso...(me ha gustado mucho tu relato ;-)

MAR dijo...

Entonces, alguien se hace pasar por ti insultandome?
diciendome que no quieres ser mi amigo? que escribo muy mal, que mi blog da penay que tengo cara de.. y mil cosas peores? y se despide con tu nombre.
Ahora yo no entiendo nada...
Igual desconfio de tí,
porque para mi ha sido triste y desagradable, si no eres tu, quién entonces puede ser?

Capitán Alatriste dijo...

Isthar, creo que debe ser terrible sentirse muerto en vida. Una vez estuve así, pero como tengo tan mala memoria para los malos recuerdos...ya casi no logro acordarme de esa sensación, afortunadamente. Por cierto, hablando de recuerdos, esta vez buenos,...creo que hoy probablemente tendré uno para anotar, no sólo en este año, sino en toda una vida.

Esther, lo del reloj de arena me parece una metáfora muy buena y aplicable.

Mar, no lo sé y siento que alguien esté molestándote. Desde luego puedo asegurarte que yo no ando en ese tipo de cosas.