También había mucho silencio aquellas tardes. Unos prolongados y reconfortantes silencios. Una complicidad callada que precedía siempre alguna conversación incómoda. Las chicas, por ejemplo. Había poco de que hablar, pero a veces, como cuando Idoya llegó al colegio, ellas se convertían en una conversación difícil de evitar. Él pensaba que era un poco remilgada y a mí me pareció demasiado mayor para nuestra edad, pero la verdad es que a ambos nos gustaba mucho aquella chica extraña y nueva. Aquel día las jaras penetraban con fuerza en la arena humedecida por la lluvia y ninguno de los dos todavía sabíamos cuánta vida posterior encerraba aquella escena. Silenciosa y cotidiana, como todas las tardes de la infancia.
©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 14 de enero de 2010
1 comentario:
Cuando pensé en jara pensaba en su primera acepción. Me has hecho ir al diccionario... jajajaja. Gracias!!
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