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Historias de Biblioteca (II)

Es una chica joven que estudia un material de oposición para instituciones penitenciarias. Subraya con un rotulador amarillo y en un cuaderno cuadriculado, toma notas con un bolígrafo azul. Su letra es suave, bien perfilada, casi una prolongación de su rostro. Sobre la mesa, un paquete de Camel que contrasta con su juventud igual que la materia del estudio y también un móvil con los bordes desgastados. El chico joven de enfrente se pregunta qué hace una chica tan joven, tan guapa, estudiando para meterse en una cárcel y el hombre de mediana edad del lado piensa exactamente lo mismo. Los dos la miran de reojo a intervalos discontinuos, con un aire de disimulo.

El móvil inicia una vibración que dura tres, cuatro segundos y que hace que todos los que están sentados en la mesa, el chico joven de enfrente, el hombre de mediana edad del lado y también las dos chicas del extremo, se fijen de manera involuntaria en la chica, que sin percibirse de que concita la atención de todos sus compañeros de mesa, recoje el móvil, que con la vibración está a punto de caerse de encima del paquete de tabaco. Se queda mirándolo unos segundos y lo vuelve a colocar en el mismo lugar, ajustándolo al borde del paquete. Empuña de nuevo el bolígrafo y por alguna extraña razón, el chico joven de al lado presiente que algo malo ha sucedido. El semblante de la chica se ha endurecido súbitamente y entonces, él fija la vista en las notas de ella y ve dos palabras que empiezan a repetirse.

Nunca más.

La chica continúa escribiendo esas dos palabras, organizadas en cuatro columnas perfectamente alineadas. Nunca más. Su rostro se vuelve frágil, quebradizo, y continúa escribiendo sin descanso. Nunca más. Una lágrima cae sobre el cuaderno y genera una perfecta mancha sobre la primera columna de palabras. La tinta empieza a deslizarse por el cuaderno pero la chica sigue escribiendo como si nada sucediera. El chico joven de enfrente querría decir o hacer algo pero no sabe, no puede, y eso le genera una angustia que no puede disimular. El hombre de mediana edad ha reparado en su congoja y se pregunta que diablos le habrá pasado a aquel chico.

Todos bajan la vista de una forma extrañamente sincronizada.

©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 4 de octubre de 2010

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