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miércoles

En un Simca 1000

Yo me aficioné al fútbol en un Simca 1000, el coche de mi padre. Un Simca rojo que tenía un inolvidable olor a tabaco que a mí me parecía delicioso. Todas las tardes de domingo, un rato antes de las cinco, me escabullía de mis tareas para introducirme en el coche que estaba aparcado en la puerta de casa y encendía la radio. Hacía un pequeño "click" antes de empezar a funcionar y, cuando la voz de José María García aparecía, el pequeño mundo del pueblo en el que vivía rompía todas sus fronteras. Porque allí, en aquel Simca1000, la radio me transportaba hasta el Molinón o San Mamés, iba y venía de un estadio a otro como quien campa a sus anchas en un reducido paraíso. Imaginaba cómo serían aquellos lugares a través de las sentidas narraciones y me parecían lugares inmensos, inalcanzables, a los que nunca podría llegar. Allí fue donde por primera vez yo escuché rugir al Vicente Calderón.

Ni el mejor televisor de alta definición podrá hacer tanto por el fútbol como aquellas indefectibles tardes de radio, y esa es la razón por la que sobreviven a esta revolución digital que todo lo amenaza. La radio te contaba, te hacía imaginar. Adivinabas de dónde venía el gol simplemente escuchando la voz del narrador, el ruido de fondo para saber si era local o visitante. Y antes de que nombraran el equipo tú ya sabías quién había marcado. Aún ahora bajamos el volumen del televisor, encendemos la radio y, aunque ya no imaginemos tanto porque se empeñan en enseñárnoslo todo, la radio sigue siendo nuestra vieja compañera. No podríamos entender el fútbol sin ella.

Ahora, en una vuelta de tuerca más en la espiral de usura en la que han convertido este deporte, quieren privar al aficionado del fútbol a través de la radio. Lo hacen, en un alarde de hipocresía, porque las radios hacen negocio con las retransmisiones y ellos quieren su trozo del pastel. Yo me pregunto: ¿sólo importa el dinero? ¿cuál es el negocio de las emisoras locales? ¿Importan algo quienes trabajan ahí y que tendrían que dejar de hacerlo? ¿Importan algo quienes les escuchan?

La codicia no tiene límites, pero sí tiene consecuencias. Nadie podrá borrar de mi memoria el "click" de aquella radio al encenderse. Sería horrible privar de eso a nuestros hijos.


©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 14 de agosto de 2011

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