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jueves

Tormenta de verano


La tormenta le cogió por sorpresa. Era el mes de julio y el calor secaba el aliento. Caminaba distraída hacia algún lugar en el que completar una de aquellas actividades de las que había llenado su vida entre que se reencontraba cuando el cielo negro se ciño sobre ella. Las calles oscurecieron de repente para iluminarse fugazmente con la luz de unos relámpagos devastadores que precedían el rugir de algo parecido al fin del mundo. Tuvo miedo.

Miedo. El miedo era una palabra que no solía estar en su vocabulario, sino para exhortarlo. Mientras estuvo con él, alma atribulada y frágil, ella se sentía fuerte y jamás nombró el miedo sino era para engrandecerse protegiéndolo del mismo. Ahora, que ya llevaba mucho tiempo sin su amor, el miedo había venido a ella camuflado en tantas y tantas cosas que aquella tormenta de verano fue una más para sumar a su lista de fobias incipientes.

Sin tiempo para más se refugió en un portal para protegerse de sus temores, de aquella oscuridad perentoria, a esperar la lluvia que no llegó. Aquella tormenta sólo trajo rayos y truenos, y el silbar de un viento amargo e hirviente que parecía buscarla debajo cada coche, de cada papelera. La gente caminaba acelerada en busca de reparo mientras miraban al cielo sorprendidos por aquel inusitado panorama. Sentada en el rebate de aquel portal, ella observaba el devenir de unos y otros a intervalos cíclicamente regulares. Los que marcaban la distancia entre trueno y trueno, entre relámpago y relámpago que era cuando el destape de sus manos le permitían mirar el horizonte ennegrecido. Así, como en una ensoñación, en uno de esos pavorosos ciclos, lo vio. Acababa de detenerse ante el portal. Estaba solo y se dispuso a sacar un libro de la mochila para ponerse a husmear en él, así, en medio de una tormenta de verano. Parecía estar en otro mundo. Sólo él podía hacer algo así. Pararse a mirar un libro en medio de la vorágine como si el mundo no fuera con él y como si todas las almas que buscaban cobijo del estruendo no fuesen sino figurantes en una película en blanco y negro. No recordaba los años que llevaba sin verlo, sin saber de él, pero le pareció que no había transcurrido ninguno. Estaba igual. Había cambiado su forma de vestir, pero su esencia era la misma. La dulce expresión de su rostro, la sempiterna sonrisa y aquellos ojos negros que la cautivaron hasta la locura. Todo seguía igual y ahora, no sabía cuántos años después, estaba allí, separado de ella tan sólo por un par de metros, el cristal semitransparente de una puerta, en medio de una extraña tormenta.

Estuvo tentada de salir y abrazarlo, por sorpresa. Salir y pedirle, por una vez, que la protegiese. Tenía miedo. Ahora tenía miedo. Quiso sentirse protegida a su lado, experimentar la sensación que él tanto tuvo que disfrutar mientras la quiso. Pero la razón le pudo y en un segundo pensó por qué no recordaba los años que llevaba sin verlo, por qué ni siquiera se habían vuelto a preguntar cómo estaban en todo este tiempo. Fiel a sus principios no quiso molestar y siguió mirándolo, desde el escalón, aparcando su miedo y bandeando su deseo en medio de la tempestad.

Debieron pasar unos minutos que ella nunca supo calibrar y entonces, empezó a llover. Llovió de una forma suave como para calmar lo pasado. Él guardó su libro en la mochila y empezó a correr, quien sabe si buscando un portal donde refugiarse. La lluvia continuó in crescendo y fue entonces, al perderlo de vista, cuando decidió salir a la calle para vencer su miedo. Salir y sentir la lluvia. Mientras diluviaba y las calles estaban completamente vacías, ella saboreó el frescor del agua sobre su rostro y se empapó, de lluvia, de tormenta, de recuerdos y de olvido. Así, mojada y mojándose, continuó caminando por aquella calle, ya desierta, mientras pensaba que con miedos y todo, era ahí, en medio de una tempestad, donde se había acostumbrado a vivir y donde más cómoda se sentía. Después de todo, lo bueno que tienen las tormentas, incluso las de verano, es que al final siempre termina escampando.

©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 12 de Julio de 2006

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Uno de los mejores!!!la otra tarde te dije que no me había leído todo y menos mal que hoy volví a echar un vistazo a tu blog y me he dado cuenta que me salté uno de los relatos más bonitos. Creo que ,hasta ahora, es uno de mis favoritos!!
Sólo me queda felicitarte y decirte que ya si lo leí todo y que seré tu fiel seguidora.

Daniela dijo...

José Luis ...me gusta , muy bueno.
Un beso.