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miércoles

Como un espejismo

Cuando era niño y algo se torcía él buscaba refugio bajo las mantas de su cama. Se arropaba con aquellos cobertores recios y ásperos envueltos en sábanas limpias y gastadas cuyo olor no ha podido olvidar por más que no lo haya vuelto a encontrar jamás. En aquella austera habitación había una pequeña cama, hecha con acostumbrado esmero cuando llegaba a ella por las noches, una mesita de noche adornada con un diminuto crucifijo sobre roca y una modesta lámpara. Al fondo el armario empotrado apenas lleno de otras mantas y toallas y a la derecha de la cama la ventana que tanto miedo le producía en la noche. Cuando algo se torcía, cuando aparecían los gritos desde la habitación del fondo del pasillo, él se refugiaba en la oscuridad de las mantas y respiraba el olor a limpio de las sábanas que se le impregnó para siempre detrás de la piel. Y allí, olvidaba hasta que el sueño lo vencía los ruidos del mundo, la visión de la miseria y la pobreza, y el horror de la incultura que él, tan niño todavía, ya podía intuir. Así, hasta que el sueño lo vencía, él vivía la vida como si fuera un espejismo.

Ahora la habitación en la que duerme no es austera sino el fruto de la inspiración de un famoso diseñador al que su mujer en su nombre pagó mucho dinero. Tiene una cama inmensa con unas sábanas suaves entre las que nunca se ha sentido cómodo. Y siempre la misma vista: la espalda de su mujer vestida únicamente con ese perfume que le impide recordar el olor de las sábanas de su infancia y por eso tal vez lo odie. Al perfume, a la mujer a la que nunca se atreverá a gritar o incluso a él mismo por su tiempo malogrado.

Abatido, lo intenta cada noche.

Intenta sumergirse de nuevo en la oscuridad bajo esas mantas ahora suaves y sedosas y se da cuenta de que en el fondo eso es lo único que ha cambiado. Su vida se ha llenado de objetos vacíos y de compañías implícitamente negociadas pero ahora ya no existe ese refugio en el que él se ocultaba en la noche de la vida cuando algo se torcía. Y ahora recuerda los gritos de la habitación al fondo del pasillo y mira de nuevo la espalda de su esposa y tiene ganas de gritar o entender, pero no puede. Lo intenta y lo intenta cada noche, pero para él la vida ya ha dejado de ser un espejismo.

©José Luis Pineda Requena

5 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Tus palabras me recordaron este poema de Benedetti.

ABRIGO

Cuando sólo era
un niño estupefacto
viví durante años
allá en colón
en un casi tugurio
de latas

fue una época
más bien
miserable

pero nunca después
me sentí tan a salvo
tan al abrigo
como cuando empezaba
a dormirme
bajo la colcha de retazos
y la lluvia poderosa
cantaba
sobre el techo
de zinc.


Saludos.

Anónimo dijo...

Cuando crecemos echamos de menos esas sábanas protectoras que ya no nos cubren. El refugio a modo de caparazón que creamos para protegernos y que cuando hizo falta lo abandonamos en aquella habitación presidida por aquel crucifijo.

Pero hay cosas que no se abandonan al olvido...los recuerdos.

Bellas palabras amigo

Saludos^^

A.M. dijo...

Como siempre me ha encantado este hermoso post, su lectura te envuelve y te llena de recuerdos. Sinceramente es muy bueno!
Un abrazo muy grande!

Mª Jesús Lamora dijo...

Los recuerdos de nuestra historia, de nuestra vida.
Siempre, siempre nos acompañan.
Un abrazo.

Verdial dijo...

No hay mayor tesoro que los recuerdos de la infancia.
A lo largo de nuestra vida perdemos muchas cosas en el camino, pero los recuerdos infantiles, nunca.
Tampoco se pueden sustituir ni cambiar. Su excencia es infinita.

Me ha encantato tu escrito.

Saludos