Hace un año que Alicia acude a la Biblioteca cada quince días a realizar un cuentacuentos para niños y no recuerda con exactitud la primera vez que lo vio.
Al principio no reparó en él, pues los padres llegan con los niños y los dejan en las primeras filas del teatro que ella improvisa en la sala infantil, situándose en el fondo para tener una buena perspectiva de los cuentos y de los pupilos. Más o menos Alicia tenía escrutados a todos los padres que acudían con asiduidad a la Biblioteca y con el tiempo, los iba asociando con los niños que traían. Fue así como un día, en el camino de regreso a casa, mientras su mente divagaba entre fútiles pensamientos, ella reparó en que no podía asociar qué niño traía aquel apuesto hombre que le sonreía de esa forma que a ella le resultaba tan atrayente. Y entonces empezó a observarlo, cada quince días.
Comprobó que no faltaba nunca. Y que siempre seguía las mismas pautas: llegaba cuando la actividad acababa de comenzar y se situaba en la parte trasera mezclado entre los padres, junto a los anaqueles de la izquierda. No perdía detalle de los cuentos y su rostro mostraba una expresividad contenida. Se asustaba cuando debía de hacerlo y mostraba con perfección en el gesto misterio, sorpresa, decepción, justo cuando el cuento así lo requería, como si los niños lo estuvieran mirando a él en vez de a Alicia. Hacía todo aquello sin dejar de mirarla y cuando tocaba sonreír, ella no tenía más remedio que acabar apartando la vista. Antes de irse, cogía algunos libros de la estantería que tenía a su lado, como tratando de disimular algo, los volvía a dejar en su sitio y se marchaba justo antes de que la actuación llegase al final.
Al principio Alicia tuvo un poco de miedo, pero la imagen de su sonrisa desterró de inmediato el temor a lo desconocido y después de muchas semanas preguntándose de vuelta quién sería aquel apuesto y misterioso caballero, aquella semana decidió intervenir.
Contaba cuentos de mosqueteros disfrazada de Milady y en mitad de la narración solicitó la ayuda de algún padre. Por ejemplo usted, señor. Necesito que nos diga su nombre y qué hubiera hecho en el lugar de D’Artagnan. ¿Acaso hubiera traicionado a la bella Constanza?.
- Mi nombre es irrelevante por el momento Milady, y respecto a la traición de D’Artagnan le diría que si se trataba de no sucumbir ante la tentación, no me hubiera gustado estar en su lugar. O tal vez sí.
Los niños volvieron a girar la vista buscando a Alicia como si pidieran una explicación a las palabras de aquel señor que tan bien ajustaban en el tono del cuento. Y fue entonces cuando la curiosidad se hizo misterio porque el señor de nombre irrelevante volvió a ojear uno de aquellos libros en la estantería de la izquierda y se marchó como cada día, sin escuchar el final de la historia. Pero nunca más volvió.
©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 25 de octubre de 2010
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