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viernes

que lindo 2010


Uno toma las uvas y después brinda con el champán y besa a sus allegados deseándole felicidad de una manera aprendida, casi rutinaria - el corazón disimulado en la rutina -, pero en verdad, cuando despuntan las primeras horas del nuevo año, uno no puede siquiera imaginar lo que la vida le tiene reservado.

Llevaba mucho tiempo buceando en el recuerdo para reconocer mis años felices. El 2010 para mí ha sido un nuevo segmento en el tiempo, la apertura de una inmensa y nueva felicidad. Conocimos el embarazo de Isabel en febrero y a partir de ahí el año no fue sino una cascada de alegrías. El Atleti volvió a ganar un título, tantos años después, y al poco, volvió a ganar otro. Dos en un año. Sin duda eso bien hubiera valido la felicidad, pero la felicidad no ha sido sólo eso, ha estado en las mil pequeñas cosas, en los mil pequeños detalles. Ha estado, fundamentalmente, en ese embarazo que tanto he disfrutado, día a día, con tanto cariño, con tanta ternura, con tanto amor. Ha estado en lo cotidiano, el paraíso cotidiano en que se fue convirtiendo mi vida disimuladamente, sin que hubiera que hacer nada extraño. Es así como funcionan estas cosas.

Y al fin llegó Darío, ese niño precioso que ha ocupado nuestro tiempo y nuestra vida y que con su ingenua e incosciente sonrisa diaria nos grita lo lindo que fue el 2010, un año que no se nos olvidará jamás, una parada cercana para recordar los momentos más felices de nuestra vida. No sabemos lo que el próximo año traerá, pero este año, además de mirar adelante y comerme las uvas, y brindar, besar y desear, menos con la rutina que con el corazón, miraré con nostalgia al año que se fue, haré un pequeño guiño a ese año que ya no existirá nunca más pero que existirá para siempre.

Por lo lindo que fue.
Por todo lo que a mi vida trajo.

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