Alguien lo dijo una vez y es una de las frases que se te pegan al alma. Finito torea para llorar. Una de esas frases silenciosas que permanecen ocultas en nuestro interior hasta que algo las despierta y entonces uno se encuentra desnudo ante la evidencia. Me ocurre ahora, mientras visualizo el vídeo en el que el maestro Finito ha indultado a un excelente ejemplar de Fuente Ymbro en un festival benéfico en Los Palacios.
La elegante heterodoxia de su vestido se conjuga en una relación simbiótica con la ortodoxia de su toreo. Un toreo al que todos los ya manidos calificativos no pueden hacer justicia. El toreo eterno, soñado, puro, de otra época. Palabras, más palabras que a mí se me antojan vacías, meros adornos para lo que no puede adornarse, para lo que no admite sino contemplación. La grandeza de esta fiesta cuando se convierte en arte, en un arte mayúsculo e incalificable, como el que Finito ha ejecutado en la faena a ese novillo. Contemplo el vídeo en el silencio de la noche y todas esas palabras se me agolpan desordenadas, ansiosas, porque sé que no van a servirme para expresar lo que se siente al ver ese toreo inmortal, que rehuye las palabras, que se filtra en el alma de los aficionados con ese halo que envuelve a las cosas irreales, emocionantes, sentidas. Esas pocas cosas que nos conmueven hasta el llanto. Y entonces me acuerdo de esa frase, alojada en mi subconsciente desde muchos años atrás, tal vez desde la primera vez que lo viera, hace más de veinte años ya, y pienso que tal vez sea el tiempo de usarla, porque es lo único que se me ocurre decir.
Finito, señores, torea para llorar.
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