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miércoles

La corbata azul

Caminaba hacia el trabajo junto a la transitada catedral, lo hacía con prisa, distraído mientras pensaba en la abultada agenda que le esperaba a lo largo del día. Apenas se dio cuenta, cuando quiso esgrimir la repetida excusa, no gracias, yo soy de aquí, rogando la cotidiana clemencia que solicitaba a las gitanas que se apostaban en las esquinas para leer el futuro de los turistas, era demasiado tarde, aquella mujer de aspecto harapiento tenía tomada su mano, la palma abierta, y deslizaba un dedo por las líneas que en ellas había marcadas. Trató de zafarse, pero la mujer lo miró de una manera intimidante, con unos preciosos ojos que estaban surcados de arrugas, rodeados de angustias y pesares. Deshágase de esa corbata azul. Pronunció esas palabras, le soltó la mano y se alejó apresuradamente de él, que continuó su caminar. Pensaba que no llevaba una corbata azul, pensaba que ni siquiera tenía una corbata azul. Estaba muy seguro de que no tenía una corbata azul. Pensaba que aquella mujer no le había pedido dinero por su predicción. Y en esas llegó al trabajo, se sumió en la vorágine diaria y olvidó por completo el incidente hasta que, al llegar a su casa, al final de un duro día, cansado, se encontró como su mujer, que pretendía alegrarle el día con el regalo de una preciosa y flamante corbata azul.

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