Venía de pasar una tarde con sus amigos en la que habían estado especialmente distantes. Terminó de ver el partido con ellos. Su equipo había perdido en el último minuto, fiel a la costumbre, de la forma más amarga. Decidió regresar a casa. En el camino de regreso se detuvo en el puente. La noche estaba fresca, las chicas y chicos jóvenes caminaban hacia esa forma de divertirse tan vacía, tan frívola, en la que él también se veía envuelto bastante a menudo en los últimos tiempos. El río avanzaba rápido esta vez y cerrando los ojos intentó escuchar su sonido. No lo logró.
En el portal de casa una pareja se comía a besos trocitos de amor que él adivinaba perfectamente suspendidos entre sus labios. Los miró fijamente y no supo qué pensar. Ya en casa recibió la llamada de un amigo que lo hizo sentir afortunado durante unos instantes. Después intentó leer, intentó escribir, intentó no lamentarse más. Cerró el libro, apagó el portátil y se sentó junto al balcón. Respiró. Estaba solo. Se sentía solo. La soledad mostró su peor perfil. Y fue ahí cuando volvió a tratar de pensar. ¿Qué ocurría? ¿Qué sucedía a su alrededor? Fue en ese momento cuando de nuevo no estuvo seguro de nada. Pero por encima de todas las cosas no estuvo seguro de que estuviera viviendo su vida. ¿Qué vida era aquella? ¿En qué se cimentaba? ¿cómo se sostenía? ¿Hacia dónde se dirigía? Fumó.
Sobre la mesa había varios libros y un portátil apagado. En el ambiente un silencio atronador. Pensó en marcharse dejándolo todo tal como estaba situado. De veras pensó en emprender un viaje sin regreso. Pero no supo donde ir, ni siquiera supo llegar hasta la puerta. No sabía qué buscar, no sabía de qué huir. De nuevo intentó leer, intentó escribir, fumó. Aquella situación tenía un aura especial, dramática, trágica. Pensó que el momento que estaba viviendo era un buen comienzo para una historia, para un libro. Anhelaba algún tipo de catarsis que diese comienzo a aquel relato. ¿Y si el sentido de su vida estuviese ahí, cuándo por fin empezase a escribir aquel libro?. Quizás no sea tan dificil novelar tu vida, evadirse de la ficción rutinaria en la que nos sumerge el mundo que vivimos para escribir la propia. Inventar. Moldear la realidad a tu antojo. Escribió unas lineas y se acostó. Se durmió pensando qué habría de escribir en el siguiente capítulo.
©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 10 de Septiembre de 2005
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