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Héroes cansados

La primera vez que lo vi yo andaba en uno de esos momentos en que uno se encuentra tan perdido que le da por ponerse a buscar cosas y en aquel momento, a mí me dio por buscar una casa. Deambulaba por el casco antiguo de la ciudad mirando balcones en busca de propiedades en venta cuando topé con la suya. Era una casa vieja en un edificio antiguo. Un cartel raído y mal caligrafiado. Llamé.

José me recibió esa misma tarde para enseñarme aquel vetusto y minúsculo lugar donde había pasado toda su vida y que ahora se disponía a vender. Fue así como empezó a contarme su historia.

Tenía ochenta y cinco años y acababa de casarse en segundas nupcias con Josefa. Su mujer verdadera, como él dramática y tiernamente la llamaba, había fallecido dos años antes víctima de un cáncer que la fulminó antes de que nadie tuviese tiempo de asimilarlo. Ella era el centro de su mundo, me contaba. Era algo de lo que yo podía dar buena fe pues toda la casa se encontraba repleta de fotografías de su difunta. Eran novios desde niños. Siempre se quisieron. Tuvieron que suspender la boda por primera vez a causa de la guerra. Cuando se produjo el alzamiento José y su hermano fueron llamados a filas del bando nacional. Sin saber muy bien hacia dónde iban ni porqué, tuvieron que marchar, enfundándose el fusil. No sabían nada de la guerra. Lucharon por mantenerse vivos.

- Yo el miedo lo tenía más por ella que por mí porque me decía, pobrecita mía lo que tiene que estar sufriendo pensando si me pegan un tiro o vete a saber qué.

Ella le escribía temerosas cartas de amor que le ayudaron a mantenerse vivo. A su hermano lo mataron en la batalla del Ebro pero él consiguió regresar. Se casó y la amó durante décadas hasta que la inexorable ley de la existencia se la llevó por delante. No tuvieron hijos. Entonces se encontró desubicado, perdido. A sus ochenta años y después de una vida entera de lucha y sacrificio, recompensada con amor, él se encontraba anciano y solo en este mundo.

Al tiempo de la desgracia, empezó a ir al hogar del jubilado para distraerse y fue allí donde conoció a Josefa.

- Me la presentaron un día y me la recomendaron. Estaba sola como yo. Entonces decidimos hacernos compañía, pero estamos casados y todo eh? Nos casó el cura de la parroquia del barrio. Eso sí, por el juzgado no porque si no nos quitaban la paguita.

Josefa era una mala persona. Más joven que él y refugiada en el cariño de sus hijos que nunca vieron con buenos ojos el enlace, se interesaba más por las propiedades de José que por él mismo. Él sintió el rechazo de sus hijos y no encontró consuelo en ella. Sintió también su falta de cariño. Eran cosas a las que no estaba habituado. Se lamentaba recordando siempre a su mujer verdadera y dudaba a cada instante de la venta del piso.

- Si es que yo no lo veo claro, si es que esta mujer a mí no me trata con cariño. Ay si ella me viera, pobrecita, ella si que era buena, pero buena de verdad, la quería todo el barrio – decía mientras señalaba uno de los cuadros de su primera esposa.

Rezumaba amargura, resignación. Dudaba tanto que yo llegué a acongojarme con aquella compra. Sentía que estaba haciendo algo mal, pero al final, se dejó convencer y todas las cosas siguieron su cauce. Yo terminé comprando aquella casa y me olvidé de José y de su impactante historia.

Hoy, diez años después, y mientras transito por uno de esos momentos en los que uno se encuentra tan perdido que ya ni siquiera busca nada, tropecé con él en uno de los parques de la ciudad. Estaba sentado en un banco, apoyado sobre un bastón, triste y solitario. Me miró ausente. Me acerqué a saludarlo y a preguntar si se encontraba bien ya que su expresión no era muy halagüeña. Se quedó observándome impertérrito, sin hacer siquiera esfuerzo de mascullar una palabra.

Al cabo volvió la vista a las palomas y yo, contagiado en su tristeza, me alejé pensando en esta clase de héroes, los no reconocidos, los olvidados, los cansados. Aquéllos que se jugaron la vida en una guerra sin saber por qué, o que realizaron la admirable y extraordinaria hazaña de amar a una mujer toda su vida para acabar así, en el banco de un parque. Tristes, solos, esperando nada. Lidiando con la acción más heroica que tal vez les haya tocado nunca, que es sobrevivir, a uno mismo, a esta perra vida.

©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 26 de agosto de 2006

8 comentarios:

Daniela dijo...

Capitán...he leído con mucho interes tu historia , me ha llenado de tristeza, tengo siempre presente que alguna vez en mi vida, me dedicaré a alguna institución, donde estan estos heroes cansados y desconocidos, hasta el momento , me he dedicado a defender los derechos de los niños, pero me da una pena enorme, los de esta edad, mis padres murieron, pero en cada uno de ellos uno ve reflejado cualquiera de nuestros mayores, y la cara de desesperanza que muestran, es dolorosa, gracias amigo demuestras con tus letras tu gran sensibilidad.
Un beso.

Millaray dijo...

Una historia muy bién narrada que deja un sabor triste.
Volveré a leerte me agradó mucho tu forma de volcar y compartir.
Saludos.

¿? dijo...

Este va a ser un blog a seguir!!!!
1. Eres colchonero, eso es básico!!!jajaja!!!Viva el Atleti!!!
2. Te gusta Alatriste.
3. Eres cordobés.

Un saludo y lamentablemente para mí no tengo el nº de Elena Anaya!!!!

UMA dijo...

Maravilloso relato, Capitàn, que me acerca a la idea, mi propia idea de que la vida es una ocasiòn para algo, ojalà seamos capaces de vivir 'por sobre', ojalà sin terminar con la mirada perdida de tristeza.
El tiempo lo dirà.
Un gran abrazo

Paula García dijo...

Alatriste... me encanta ese personaje y me gustó mucho tu espacio, tu blog. El relato es envolvente, hermoso... gracias por compartirlo y por tus palabras en Carta Postal... seguiré escribiendo y leyéndote.
Saludos,

Anónimo dijo...

Yo trabajo como voluntaria, y tambièn cuidando enfermos en hospitales y en sus casas, se conforman con tan poco...... son tan agradecidos...... que una sonrisa de ellos vale màs que mil palabras.
Su mirada es tan triste algunas veces, que te rompe el alma.
Me encantò tu post, me ha encogido el corazòn, muy bello.
Besitos tristes.

Capitán Alatriste dijo...

Danielha, derrochas dulzura en tus palabras, me encantan tus escritos y trataré de seguir leyéndote.

Millaray, es una historia triste. Aunque siempre cuelgo las cosas según las escribo, quizás profundize más en este relato.

Vigi, cordobés y del atleti, no te digo más. Somos poquitos y elegidos.

Rubia del muelle, debe ser aterrador terminar una vida como la del personaje del relato, pero esa es una posibilidad. La vida es así.

Gracias Paula por leerme, ahora estoy de moda con lo del estreno de la peli, :-)

Terremoto, una vez conocí una chica que también trabajaba como voluntaria con ancianos y me comentaba que la imagen más bonita y romántica de su vida era ver como se miraban un matrimonio de ancianos que llevaban toda una vida juntos. Ojalá podamos terminar nuestros días así y no como José.

Por cierto, esa chica inspiró un relato que es uno de mis favoritos, dejo el link por si os apetece leerlo, ya que como estará profundo en el blog, es probable que no lo hayáis visto.

Besos a tod@s y gracias por leer.

http://capitan-alatriste.blogspot.com/2006/06/revelacin.html

kurotashio dijo...

Wow! Y cómo a través del tiempo, a pesar de esas luchas personales y el sentimiento aferrado hacía su primera mujer las cosas terminan diluyendose de manera tan estrepitosa y que friamente nos lleva a decir ¿Y por qué diablos estamos aquí parados? ¿Será recompensado o por último valorado todo el esfuerzo que nosotros realizamos?

No me cabe la menor duda que lo que has contado, incluso en momentos actuales puede ser experimentado por más de alguna persona, y no necesariamente alguien de edad avanzada.

Saludos :)

[] kurotashiO!