Hace poco una amiga me contaba que su padre se declaró a su madre con un poema. A Margarita Debayle, de Rubén Darío. En ese mismo momento surgió la idea de este relato que hoy comparto con todos vosotros. Sirva como humilde homenaje a ese tipo de hombres, a ese tipo de mujeres y sobre todo, a ese tipo de amor.
Es probable que tenga múltiples errores pues acabo de terminarlo sin tiempo para la revisión porque es tarde y hay que irse a la cama. Pero ya habrá tiempo de corregirlo. De momento, nace así.
....
Margarita
Estaba sentado en el porche observándola mientras tomaba una taza de café caliente en la mañana. Ella se movía con parsimonia entre las flores del jardín eligiendo meticulosamente, una a una, cuales iban a adornar la casa aquel soleado día de primavera. En mitad de su faena, le dirigió una mirada de ternura y se llevó las flores elegidas hasta entonces a su rostro, aspirando y llenándose de aquel perfume que tanto le gustaba. Le sonrió y siguió a lo suyo. Entonces, Esteban, que así se llamaba él, como en una regresión, recordó aquella tarde primaveral que había transcurrido sesenta años atrás. Sesenta años que en aquel momento le parecieron nada, porque ella seguía teniendo la misma sonrisa y el mismo amor en la mirada.
Margarita. Desde que Esteban consiguió averiguar el nombre de aquella chica que había sentido distinta desde el primer día de universidad, no podía quitarse el poema de Rubén Darío de la cabeza. Lo repetía en su interior mientras la miraba en cada clase, en cada descanso.
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar:
tu acento.
A él le habían contado muchas cosas sobre el amor. Pero fue al conocerla a ella cuando de verdad lo supo todo. Esteban sabía que la amaba. Desde que la vio. Y decidió decírselo con poesía porque eso era ella para él, pura poesía. Así, una noche caligrafió con su mejor letra ese poema que tan de seguido había repetido tantas veces y se armó de valor para entregárselo. Margarita se sorprendió al ver a aquel mozo parado ante ella, para entregarle un papel cuidadosamente doblado, sin decir palabra. Le ofreció su carta de amor, le entregó la Margarita de Darío que tantas veces había recitado para él y se marchó. Ella se quedó en el aula y esperó hasta estar completamente sola para desdoblar el escrito. Al terminar de leer aquellas apasionadas palabras, mezcladas entre los versos del poeta, ella quedó sin aliento. Releyó y releyó y después, quiso saber más.
Se conocieron y se amaron para siempre. Como en los cuentos de hadas que escucharon de pequeños, como en los poemarios escritos a través de los siglos, pero en la gris realidad de aquellos tiempos. Vivieron tiempos difíciles, momentos buenos, malos, momentos peores. Pero el amor los sostuvo en la adversidad con esos hilos invisibles pero indestructibles que nadie puede ver, sino sentir.
Después de aquella carta de amor vinieron muchas pero aquella siempre tuvo un lugar predilecto en su corazón. En su vida. El aspecto macilento que ahora presentaba el papel de aquella carta tras el paso de los años no había disminuido un ápice la intensidad de su mensaje, su ternura, su pasión, su fulgor, seguían intactos como intacto seguía el amor que se profesaban sesenta años después.
Eso pensaba Esteban mientras la veía subir las escaleras, con el racimo de flores completado y dirigiéndose con su sempiterna sonrisa hacia él. Entonces, se abrazaron entre flores mientras él le susurraba al oído aquellas palabras que desde aquella maravillosa tarde de primavera, tantas décadas atrás, ya nunca más se había dicho en su interior, porque habían sido siempre para ella…
…
Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.
…
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.
©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 03 de septiembre de 2006
Es probable que tenga múltiples errores pues acabo de terminarlo sin tiempo para la revisión porque es tarde y hay que irse a la cama. Pero ya habrá tiempo de corregirlo. De momento, nace así.
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Margarita
Estaba sentado en el porche observándola mientras tomaba una taza de café caliente en la mañana. Ella se movía con parsimonia entre las flores del jardín eligiendo meticulosamente, una a una, cuales iban a adornar la casa aquel soleado día de primavera. En mitad de su faena, le dirigió una mirada de ternura y se llevó las flores elegidas hasta entonces a su rostro, aspirando y llenándose de aquel perfume que tanto le gustaba. Le sonrió y siguió a lo suyo. Entonces, Esteban, que así se llamaba él, como en una regresión, recordó aquella tarde primaveral que había transcurrido sesenta años atrás. Sesenta años que en aquel momento le parecieron nada, porque ella seguía teniendo la misma sonrisa y el mismo amor en la mirada.
Margarita. Desde que Esteban consiguió averiguar el nombre de aquella chica que había sentido distinta desde el primer día de universidad, no podía quitarse el poema de Rubén Darío de la cabeza. Lo repetía en su interior mientras la miraba en cada clase, en cada descanso.
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar:
tu acento.
A él le habían contado muchas cosas sobre el amor. Pero fue al conocerla a ella cuando de verdad lo supo todo. Esteban sabía que la amaba. Desde que la vio. Y decidió decírselo con poesía porque eso era ella para él, pura poesía. Así, una noche caligrafió con su mejor letra ese poema que tan de seguido había repetido tantas veces y se armó de valor para entregárselo. Margarita se sorprendió al ver a aquel mozo parado ante ella, para entregarle un papel cuidadosamente doblado, sin decir palabra. Le ofreció su carta de amor, le entregó la Margarita de Darío que tantas veces había recitado para él y se marchó. Ella se quedó en el aula y esperó hasta estar completamente sola para desdoblar el escrito. Al terminar de leer aquellas apasionadas palabras, mezcladas entre los versos del poeta, ella quedó sin aliento. Releyó y releyó y después, quiso saber más.
Se conocieron y se amaron para siempre. Como en los cuentos de hadas que escucharon de pequeños, como en los poemarios escritos a través de los siglos, pero en la gris realidad de aquellos tiempos. Vivieron tiempos difíciles, momentos buenos, malos, momentos peores. Pero el amor los sostuvo en la adversidad con esos hilos invisibles pero indestructibles que nadie puede ver, sino sentir.
Después de aquella carta de amor vinieron muchas pero aquella siempre tuvo un lugar predilecto en su corazón. En su vida. El aspecto macilento que ahora presentaba el papel de aquella carta tras el paso de los años no había disminuido un ápice la intensidad de su mensaje, su ternura, su pasión, su fulgor, seguían intactos como intacto seguía el amor que se profesaban sesenta años después.
Eso pensaba Esteban mientras la veía subir las escaleras, con el racimo de flores completado y dirigiéndose con su sempiterna sonrisa hacia él. Entonces, se abrazaron entre flores mientras él le susurraba al oído aquellas palabras que desde aquella maravillosa tarde de primavera, tantas décadas atrás, ya nunca más se había dicho en su interior, porque habían sido siempre para ella…
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Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.
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Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.
©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 03 de septiembre de 2006
6 comentarios:
Qué bonito poema de unas flores que habían sido siempre para ellas. Una poesía con sentimiento.
Qué lindo blog!! Estaré por aquí leyéndote!
Abrazo de Córdoba , Argentina a Córdoba , España!
Capitán, qué hermoso amor... es el amor eterno con el que soñamos... "Pero el amor los sostuvo en la adversidad con esos hilos invisibles pero indestructibles que nadie puede ver, sino sentir".
Escribes de una forma tan delicada, tan grata que quisiera seguir leyendo más de este eterno amor que de una forma tan bella dibujas .
Un beso Diego...
Tipo q llego aca de casualidad,un placer leerte
:)
El poema es de Rubén Darío, Martín. Es precioso.
Gaby aquí tienes tu casa para que vengas cuando quieras. De Córdoba a Córdoba.
Danielha, algún día lo encontraremos, o nos encontrará o ... conjuga como quieras.
Espero que tú o tu otro yo siga visitándome.
Gracias a todos por vuestros comentarios.
Y yo que soy el fruto de la unión de Esteban con Margarita, felicito a Jose Luis, por la linda historia que ha contado, que aunque ficticia y dilucidada por sus pensamientos, se ajusta bastante a lo que siente mi padre por mi madre. La vió cantar el Ave Maria de Shubert en una Iglesia y la persiguió hasta que pudo leerle el poema. Por supuesto mi madre cayó rendida.Y quién no!
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