Desde que mi hermana se fue al convento, la casa se había apagado un poco, por así decirlo. Aquello sucedió una mañana muy temprano y nunca alcancé a entender los motivos, porque la verdad es que mi hermana nunca dijo de ir a un convento ni nada que se le pareciera e incluso tenía un novio y todo, pero claro, eso sólo lo sabía yo, que la pillé una vez hablando por teléfono. Así, un día debió de pasar algo porque de repente todos en mi casa se pusieron muy serios. Mi hermana no salía de su habitación y papá y mamá hablaban siempre entre dientes, sobre todo mamá a la que no se le entendía nada de lo que decía. Todo el día murmurando y persignándose a la espera de que llegara mi padre y cuando éste volvía del campo, resignado y con el gesto serio, la escuchaba entre suspiros. Y aquello era rarísimo porque yo jamás había visto a mi padre suspirar. A mi madre sí, lo hacía todo el tiempo pero a mi padre jamás. El caso es que no me dejaban oír nada porque mi madre siempre me miraba con aquella cara furiosa que tanto miedo me daba y me mandaba a mi cuarto con el mismo genio que cuando le decía que no me gustaban las lentejas. O peor. Mi hermana, que seguía metida en su cuarto y que era la única que parecía echarme cuentas en aquellos días me decía, Manolito no te preocupes. Tú haz tus tareas y no les hagas caso.
Un día por la mañana mucho antes de que el despertador sonase con la hora de ir al colegio, mi padre sacó el coche de la cochera, algo que sólo hacía algún fin de semana que otro. Se formó bastante tropel por la casa. A mi hermana la oí llorar y a mi madre, con el mismo genio de siempre mascullar palabras que no entendía. Algo le recriminaba. El caso es que se fueron y yo no pude decir adiós a mi hermana. Después de aquello, mi madre empezó a ponerse contenta de nuevo y me decía que Pilar se había ido a un convento a servir a Dios. A mí no me parecía mal, pero lo raro es que ni siquiera se había despedido de mí.
Fue pasando el tiempo y aunque a mi madre se la veía muy feliz y trataba de complacer a mi padre en todo, a su vuelta del trabajo, él estaba cada vez menos hablador. Mi madre no paraba de sacar conversaciones durante la cena. Te has enterado de que? Qué se dice en el tajo sobre lo de? Y mi padre no despegaba los labios más que para llevarse la cuchara a la boca, la mirada perdida en la televisión. Algunas noches, en los postres, él soplaba en un gesto de derrota, como pidiendo clemencia y muy serio, le decía a mi madre. Mira Manuela que la gente anda diciendo que en el convento…y en ese momento mi madre saltaba como un resorte hacia mí y me decía. Manolito, a tu cuarto. Yo, a veces me hacía el remolón detrás de la puerta para intentar oír de qué hablaban porque yo sabía que mi hermana estaba en el convento y algo tendría que ver pero de nuevo volvieron las conversaciones entre dientes y por más que pegaba el oído a la puerta me era imposible descifrar nada más allá del abatimiento de mi padre y el esfuerzo por guardar las apariencias de mi madre.
Una de esas noches, mi padre salió enfurecido de la cocina y me dijo: Manolito, vente conmigo. Mi madre nos siguió hasta la puerta gritando. No, déjala allí que es donde tiene que estar y no hagas caso de la gente. Pero mi padre me subió en el coche y nos fuimos al convento. Una vez allí, pasamos a un zaguán en el que me dijo muy serio que me sentara y no me moviese. Golpeó el picaporte con fuerza, la puerta se entreabrió y una tímida voz dijo que no se podía pasar. Mi padre empujó y entró así, por las bravas. Al quedarme solo sentí miedo, porque estaba todo muy oscuro y sólo se veía una especie de sombras grabadas por todos sitios en las maderas de la pared. Tenía frío a pesar de estar en verano. A veces, el silencio sepulcral se rompía con unas voces ahogadas a lo lejos. No se cuanto tiempo estuve allí, no debió ser mucho aunque a mí me pareció eterno. Pero entonces, cuando ya estaba repitiéndome la lista de reyes desde Isabel y Fernando para tratar de no pensar en nada, mi padre apareció de nuevo, con la misma furia con la que había entrado, trayendo a mi hermana en brazos, que venía envuelta en un camisón blanco y casi parecía un fantasma. Pero era el fantasma más contento que había imaginado en mi vida.
Un día por la mañana mucho antes de que el despertador sonase con la hora de ir al colegio, mi padre sacó el coche de la cochera, algo que sólo hacía algún fin de semana que otro. Se formó bastante tropel por la casa. A mi hermana la oí llorar y a mi madre, con el mismo genio de siempre mascullar palabras que no entendía. Algo le recriminaba. El caso es que se fueron y yo no pude decir adiós a mi hermana. Después de aquello, mi madre empezó a ponerse contenta de nuevo y me decía que Pilar se había ido a un convento a servir a Dios. A mí no me parecía mal, pero lo raro es que ni siquiera se había despedido de mí.
Fue pasando el tiempo y aunque a mi madre se la veía muy feliz y trataba de complacer a mi padre en todo, a su vuelta del trabajo, él estaba cada vez menos hablador. Mi madre no paraba de sacar conversaciones durante la cena. Te has enterado de que? Qué se dice en el tajo sobre lo de? Y mi padre no despegaba los labios más que para llevarse la cuchara a la boca, la mirada perdida en la televisión. Algunas noches, en los postres, él soplaba en un gesto de derrota, como pidiendo clemencia y muy serio, le decía a mi madre. Mira Manuela que la gente anda diciendo que en el convento…y en ese momento mi madre saltaba como un resorte hacia mí y me decía. Manolito, a tu cuarto. Yo, a veces me hacía el remolón detrás de la puerta para intentar oír de qué hablaban porque yo sabía que mi hermana estaba en el convento y algo tendría que ver pero de nuevo volvieron las conversaciones entre dientes y por más que pegaba el oído a la puerta me era imposible descifrar nada más allá del abatimiento de mi padre y el esfuerzo por guardar las apariencias de mi madre.
Una de esas noches, mi padre salió enfurecido de la cocina y me dijo: Manolito, vente conmigo. Mi madre nos siguió hasta la puerta gritando. No, déjala allí que es donde tiene que estar y no hagas caso de la gente. Pero mi padre me subió en el coche y nos fuimos al convento. Una vez allí, pasamos a un zaguán en el que me dijo muy serio que me sentara y no me moviese. Golpeó el picaporte con fuerza, la puerta se entreabrió y una tímida voz dijo que no se podía pasar. Mi padre empujó y entró así, por las bravas. Al quedarme solo sentí miedo, porque estaba todo muy oscuro y sólo se veía una especie de sombras grabadas por todos sitios en las maderas de la pared. Tenía frío a pesar de estar en verano. A veces, el silencio sepulcral se rompía con unas voces ahogadas a lo lejos. No se cuanto tiempo estuve allí, no debió ser mucho aunque a mí me pareció eterno. Pero entonces, cuando ya estaba repitiéndome la lista de reyes desde Isabel y Fernando para tratar de no pensar en nada, mi padre apareció de nuevo, con la misma furia con la que había entrado, trayendo a mi hermana en brazos, que venía envuelta en un camisón blanco y casi parecía un fantasma. Pero era el fantasma más contento que había imaginado en mi vida.
©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 16 de enero de 2006
7 comentarios:
Por fin un relato nuevo!!!
No dejes de escribir sobre el amor, por favor.
Un beso.
Me gustó bastante tu relato, a mí los conventos siempre me inquietaron mucho, por el puritanismo posiblemente.
Un beso
JODER, PERO EL CONVENTO AL FINAL QUE ERA UN PUTICLUB?
José Luis ...me gusta mucho la forma como escribes, sabes que soy de tus admiradoras, te leo con amor y cada día lo haces mejor. Recibe mi inmenso cariño.
Besos.
Capitán, para mí bastante mejor que Idiotas.
Creo que has conseguido ese aturullamiento de los niños cuando cuentan cualquier historia. Eso me ha gustado.
De cualquier manera, creo que este relato todavía necesita ser cocinado un poco más. Por ejemplo, "debió pasar" tendría que haber sido "debió de pasar"; hay una repetición de la palabra "caso" que, a mi entender, afea el texto; "se escuchó tropel" suena mal, es como si dijeras "se escuchó muchedumbre"...
Tus incondicionales dirán que todo esto son tonterías, pero tú sabes que no es así. Es una buena historia y no merece ser expuesta sin todo el brillo que puedas darle.
Una sugerencia para terminar. Si no nombras los crucifijos, el relato crece y se llena de sugerencias. El niño puede pensar que su hermana va a un convento, pero puede ser sólo su impresión, podemos imaginar que la retiene una secta..., o que, atraída por un amor mentiroso (ese novio del que habla Manolito), está atrapada prostituyéndose en un "puticlub". Por cierto, bravo, Anónimo, en mi opinión has hecho la lectura más profunda.
Nos leemos, Capitán.
Alicia, lo tuyo es el amor, jeje...
Esther, los conventos tienen su puntito, es verdad.
Anónimo, jaja. ¿No te gustan los finales abiertos?
Daniela, gracias por tu cariño.
Pablos, hijo de Quevedo. Te agradezco encarecidamente tus comentarios, que me parecen acertadísimos. Tienes razon que los relatos que cuelgo aquí necesitan un poco más de cocción. Normalmente los cuelgo y luego a los días los reviso. Tal vez debería ser al revés, pero bueno tampoco es muy importante. Ya he corregido algunas cosas de ese relato, además de tus indicaciones, que una vez más te agradezco porque me ayudan muchísimo. No dejes de visitarme, please.
Besos a todos.
Lo dicho, Capitán, el relato respira mucho mejor sin crucifijos.
Saludos.
Publicar un comentario