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jueves

La oficina


Hoy es miércoles. No me gustan los miércoles. Es el día que está en medio de todo y a mí no me suele gustar estar en medio de nada, nunca. Quizás sea esa una de las razones por las que los miércoles estoy más evasivo de lo habitual. Normalmente, el tedio y el aburrimiento del trabajo me van recostando, hundiendo en la silla. Sí, la palabra es hundiendo. Con la pantalla del ordenador protegiéndome a modo de trinchera, hasta que parezco desaparecer de ese inhóspito escenario que es la oficina donde trabajo. La verdad es que casi nadie se da cuenta, excepto el jefe, que si me ve me suele mirar de muy mala manera. Más o menos como casi siempre.

Me acabo de dar cuenta de que han quitado la ventana de atrás en la oficina. Lo que me faltaba. Esa ventana era una de mis distracciones favoritas, como una vía de escape. Cuando todo se ponía denso y triste por aquí adentro, yo volvía la espalda al mundo, simulando ordenar papeles, para escaparme por ese lugar. No es que hubiese un paisaje maravilloso pero sí se veía un poquito de azul, que ya es mucho decir en los tiempos que corren, y una carretera por donde pasan muchos vehículos, nunca los mismos, o al menos a mí nunca me da tiempo a recordarlos. Además, si te quedabas mucho tiempo mirando el azul, así, haciendo como el que ordena documentos muy concentrado, entonces muy al fondo podías ver una playa con palmeras de esas que sólo te encuentras en los folletos de viaje y en los salvapantallas de Nuria, o una preciosa montaña con un cielo naranja al fondo, y lo que más me gusta es que a veces, incluso podías ver la montaña con nieve, nieve en pleno verano. Siempre me ha encantado la nieve, tal vez porque no la haya tocado nunca.

Me pregunto cómo serán el resto de oficinas del mundo. A lo mejor no son muy diferentes. Todas pintadas de un azul gastado, con la mismas personas barnizadas en gris, el trabajo monótono y aburrido, el tac tac tac de los teclados, mensajeros que van y vienen, algunos casi sin llamar y sin dar siquiera los buenos días. Así me las imagino, tal vez para no darme envidia, pero quizás sean de otra forma. Quien sabe si no habrá oficinas rosas, o amarillas, donde la gente no tiene dos caras según esté el jefe presente o no, sino que sonríen siempre, al mediodía y sobre todo por las mañanas. Oficinas donde los mensajeros entran por la ventana, hacen reverencias y por supuesto se destocan, donde los tac tac tac se acompasan cada día en una melodía diferente. Un día algo de Mozart, otro Brahms, Beethoven… y otros muchos más. Una oficina donde no tapen las ventanas para que la gente pueda mirar de vez en cuando y ver lo que quieran ver. Incluso nieve en pleno verano.

Ahora que veo a mi jefe llegar y, casi sin mirarme, me deja un mamotreto de cosas para archivar sobre la mesa, la pregunta que me ronda es si todos los jefes de todas las oficinas del mundo serán igual de idiotas. El que yo tengo es como una maquinita. Ni siquiera se dirige a ti por tu nombre. Revise esto, ordene eso. ¿Hizo usted ya aquello? Es un tipo flaco y feo, con malas pulgas que pone muy nervioso a todo el mundo menos a mí, que ya le perdí el miedo cuando supe que en cualquier momento me podría echar, como hizo con Muñoz. Entonces, ¿para qué temerle? En realidad me río bastante de él y le paso notas a Rodríguez burlándome un poco pero éste se pone muy nervioso y las arruga y las arroja rápido a la papelera. Que pena con Rodríguez, no lo he visto reírse nunca en todos los años que llevo en esta oficina. A lo mejor es que no sabe. Debería hablar con él sobre eso. En realidad debería hablar con él sobre algo. Como ya no tengo ventana para ver mi montañita de nieve en verano, pues me pongo a imaginar una jefa alta y guapa, morena y simpatiquísima que dice buenos días todas las mañanas y te saluda con un beso en la boca. Me la imagino con vestidos rojos de tul y tuteando a todo el mundo, con un acento melódico, como argentino. Sí, con acento argentino, que siempre me pareció tan seductor. Pidiendo las cosas por favor, que es como a mí me enseñaron de chico a pedir las cosas y dando gracias por todo, o al menos por casi todo. Una jefa que sonríe a cada rato y que nos invita al cine y al teatro. Me gustaría que mi jefa se llamase Eva o Yolanda que son los nombres que yo siempre quise para mis novias y que fuese más joven que yo, pero sobre todo que sonriese todo todo todo el tiempo. Una jefa que enseñase a reír a Rodríguez.

A veces me quedo mirando a Rodríguez y me muero de la pena. Es la persona más lúgubre que me encontré jamás. Un tipo flaco, descolgado, con un rostro cadavérico de pómulos hundidos por la acción de unas gafas que deben haberse integrado como parte de su organismo. Un rostro sin gesto, gris, lineal, punzante, que aparte de pena, a veces incluso diera miedo. Como ya dije antes, Rodríguez nunca ríe, o al menos yo nunca lo vi reir. Ni siquiera una tímida sonrisa. Él siempre mira fijo al monitor y de ahí a los papeles y de los papeles a los libros. Jamás lo verás hablando con las chicas, que las tiene al lado, o conmigo, más allá de los fríos formalismos en la hora del café. Debe de ser eficiente. En esos días, como el miércoles de hoy, en los que casi me muero de la pena cuando observo a Rodríguez trato de pensar en cómo será fuera de aquí. A veces incluso me han dado ganas de seguirlo. Ir tras ese arrastrar lento de pasos que lo llevan a la boca del metro y bajarme en su misma estación. Pegarme a las hombreras de su chaqueta y entrar con él por las puertas de su casa, conocer a su mujer, que seguramente lo recibirá con un gélido beso y un rutinario qué tal el día. Constatar la respuesta mecánica de él y cómo, ajustándose las gafas, se pone a leer el diario. La cena triste como la triste casa y la conversación callada, las miradas apagadas. Después, justo antes de que se siente en el sofá y prenda la televisión me desengancho de su hombrera y me arrojo por la ventana, porque ya no quiero ver más. Ya no quiero conocer más de su vida. Prefiero imaginar el resto, como casi todo en esta vida. Prefiero pensar que un día Rodríguez rió a carcajadas, y probó la marihuana en un concierto de los Rolling o gritó a voz en cuello un gol de su equipo o de la selección. Quiero pensar que un día él leyó algo distinto del diario o los balances y soñó con todo aquello que leía pero simplemente, como a fin de cuentas nos sucede a todos, algo se torció.

El cuadro de mi oficina lo completan las chicas. Ellas siempre están hablando por lo bajo del que no está. Nuria, que es muy calmadita, casi siempre es la que pone el tema y después no para de asentir o negar con su cabeza. Almudena, la más histérica, histriónica, hilarante y un montón de cosas más que empiezan por hache desmenuza el asunto, mirando de reojo en derredor siempre que va a decir algo más fuerte de lo normal y por último está Esther, que a mí es la que más me gusta, primero porque es la más guapa, y después porque es la que hace los comentarios más audaces. Me da la impresión de que las otras muchas veces ni la entienden. Me encantaría saber lo que dice Esther de mí. En realidad me encantaría saber muchas más cosas de Esther aparte de lo que dice de mí, pero siempre que la invito a cenar me sonríe y me dice que no recordándome que es casada y no puede andar cenando por ahí con unos y otros. Me enseña ese horroroso anillo sobre su tierno dedito y con un guiño y media carcajada me dice que lo siente. Siempre lo siente de una forma distinta. Unas veces con un guiño, otras con un fruncimiento de ceño, otras incluso arrugando los morritos. Es increíble Esther. Me parece que esa tal vez no sea la forma más adecuada en la que una mujer casada debería dar calabazas a un potencial instigador como yo, porque la verdad es que a mí me resulta extremadamente seductora y desde luego a lo que me incita es a seguir intentándolo. En el fondo seguro que ella lo sabe y precisamente por eso lo hace así. Seguramente piense que algún día pueda aceptar. De algo estoy seguro: el día que lo haga, no será en miércoles. Menos en un miércoles como hoy.

Hora de incorporarse en la trinchera. Zafarrancho. Un día más, un día menos.


©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 24 de enero de 2006

23 comentarios:

Anónimo dijo...

Pobre Rodriguez!!!qué pena!!!

La historia de Esther, mejor dejarla estar!!!No la recomiendo!!!

Buen relato!!Felicidades Capi!!!

Un beso. La Presi.

Isthar dijo...

A mi los miércoles me pasa algo parecido, porque es como el día que no avanza, que no va ni hacia delante ni hacia detrás.

Es curioso como cada oficina puede ser parecida y diferente en tantas cosas. En la mía a mi no me toca ventana, estoy en la entrada, pero tengo mi pequeño rincón donde poner la música que quiero y organizar las cosas a mi gusto. Somos pocos, así que nos conocemos hasta por los nombres de pila.

No concibo un Rodríguez cerca, creo que haría lo impensable por hacerle reír aunque sólo fuera una vez en la vida. La gente de mirada triste me encoje el corazón.

Curioso lo que somos capaces de observar mirando alrededor. Llevo rato mirando y pensando cómo cada uno vive el día a día de forma tan personal y distinta.

Pasamos tantas horas en nuestros lugares de trabajo que si no fuera por los ratos fuera un sentiría que casi vive aquí ¿verdad? ;)

Un besazo y ¡ánimo que ya es jueves!

Alice ya no vive aquí dijo...

Los miércoles son los huecos del camino, aunque si te digo la verdad, nada peor que un jueves atravesado para que las oficinas se transformen en verdaderos centros de tortura.

Tu descripción llega a conseguir que experimente la sensación hasta la claustrofobia. Supongo que hay cosas a las que uno ha de acostumbrarse sin remedio ;-)

Besos, Capitán

Capitán Alatriste dijo...

Je je, que personaje Rodríguez...pobretico.

De todas formas tengo que decir que es pura ficción. Afortunadamente mi oficina no se parece a la del relato. Si hasta mi jefa se llama Yolanda....

:-)

Daniela dijo...

José Luis...estoy segura que tu oficina , no se parece para nada al relato. Tus compañeras son super simpáticas...recuerdo las risas de todas y sobre todo lo feliz que estabas en esos momentos.
Te felicito y le mando un beso a las chicas y a Yolanda.
Besos cielo.

Lydia dijo...

Pues hay que reír más, díselo a Rodríguez, aunque sea ficción, porque además hoy ya es viernes :)
y qué gusto trabajar en una oficina como esa con esas vistas, te imaginas?

Besos :)

Anónimo dijo...

Capitán, me dice poco La oficina; prefiero El convento. No está mal, pero tiene poca sustancia, y me da la sensación de haberlo leído ya mil veces. Además, creo que algunas palabras no las eliges bien (ese "instigador"...).
Por cierto, gracias por lo de hijo de Quevedo, no había caído. Como siempre, la realidad es mucho más prosaica y más simple: Pablos es mi apellido. Así me llamaban en el ejército, y así firmo desde que me apunté al invento este de Internet.
Saludos.

Anónimo dijo...

JODER CON EL PABLO POR QUÉ NO LO MANDAS AL C...., ¿QUIEN SE CREE QUE ES?. CREO QUE TIENE ALGO DE TRUCHA.
MIS SALUDOS NOBLE CAPITAN. CUIDE SU VIRGINIDAD CON EL PABLOS.

Anónimo dijo...

En cambio, Capitán, este Anónimo debe de ser un hombre. Es interesante como la forma de escribir delata a la persona. Una mujer nunca emplearía la palabra "trucha", ni utilizaría esa alusión sexual como un insulto.
No me creo nada, Anónimo, sólo me gusta la literatura y la gente que escribe, y si me piden mi opinión, la doy.
¿No sería mejor que en vez de criticar a este viejo le dijeras al Capitán lo que te parece su relato?
Por cierto, después de ver las fotos, estoy seguro de que ya no tiene que cuidar su virginidad; sólo hay que mirar los nombres que encabezan los comentarios.

Anónimo dijo...

PABLOS ¿TIENEN QUE VER LOS NOMBRES QUE ENCABEZAN LOS COMENTARIOS CON LA VIRGINIDAD DEL CAPITAN? CUANDO SE TE HA PEDIDO QUE OPINES. SOLO LO HACES POR JODER.
lili.

Lena dijo...

Buenos días Capitán!
Es curioso como a pesar de estar en diferentes ámbitos de oficinas todas tienen algo en común... en todas se viven días que nos hunden en la silla y en los que las horas no pasan, en casi todas hay jefes feos y pocas sonrisas y en casi todas faltan ventanas con vistas al "mundo".
Besos y que tengas una buena semana,
Lena.

Capitán Alatriste dijo...

Gracias a todos por vuestros comentarios.

Especialmente a ti, Pablos, por tu crítica que me ayuda bastante. Sabes, es curioso, pero cuando empecé a escribir la oficina, también tuve esa misma sensación tuya de que lo había leído mil veces. Algunas cosas.

Lo que no entiendo es lo de "instigador". ¿Por qué piensas que está mal usada? Según la RAE instigar es "Incitar, provocar o inducir a alguien a que haga algo." Y desde luego el narrador la está instigando "al pecado" y a otras muchas cosas, jeje...

Bueno, saludos a todos.

Anónimo dijo...

pues con esa sensación de q se haya podido leer mil veces (recuerda a La tregua de Benedetti, no?) me la he leido hasta el final sin ningun tipo de pega y lo q me ha hecho pensar es algo q ya t he dixo, creo q estás preparado para afrontar retos más importantes. Escribes lo suficientemente bien para abordar una novela.
Saludos a tod@s

Anónimo dijo...

ChusCaleri dijo...
Una novela de esas q le gustan a las chicas de las oficinas, las q se encargan de la limpieza.
Saludos a tod@s

Anónimo dijo...

No he dicho mal usada, he dicho mal elegida. Las palabras, además de su significado, tienen una serie de connotaciones de las que no se pueden librar.
Me explico. Aunque "vasto" sea "Dilatado, muy extendido o muy grande", según la RAE, no dirás de nadie que tiene la cabeza vasta, o que le viste las pupilas vastas. En cambio, sí hablarás de un vasto país o territorio. ¿Por qué?
Una cosa, Lili, si en un blog pone "publica tu comentario", te están pidiendo que opines, ¿no?
No te enfades, lo de la virginidad era una broma (es guapo, la mayoría de sus fans son mujeres...). Y si quieres que el Capitán se ponga contento, además de "defenderlo" y felicitarlo, dile por qué te gusta lo que escribe.
Y, Capitán, estoy de acuerdo con Chuscaleri: ponte con una novela, a ver qué pasa.

Anónimo dijo...

Aunque "vasto" sea "Dilatado, muy extendido o muy grande". No me puedo referir a tu polla de esa manera porque es pequeña Capitán.

Anónimo dijo...

Siento, Capitán, que alguien se apropie de mi apellido para escribir sandeces (mal puntuadas, por cierto). Como me imagino que esto se va a repetir, espero que sepas distinguir cuándo soy yo y cuándo no.
Saludos.

Capitán Alatriste dijo...

Bien por tu aclaración Pablos. Una vez más de acuerdo en las connotaciones, fundamentales por otra parte, del lenguaje. A mí me gusta mucho jugar con el diccionario y reconozco que uno de los juegos favoritos es usar palabras que con normalidad se usan en una acepción determinada, en otra distinta, provocando así un juego de connotaciones que a veces, lo reconozco, no es muy positivo para el efecto del relato, pero bueno. Conste que éste no era el caso.

Respecto de la novela, a ti y a Jesús os he de decir que todo se andará...

Ah y al anónimo enmascarado, últimamente usurpador de identidades decirle que es muy gracioso, jaja.

Dulcinea dijo...

Menos mal que yo los miércoles libro por las tardes...porque mi despacho encima está pintado de verde, como si fuese un hospital...aysssssss...maldita hipoteca¡¡

Un saludo, capitán.

Anónimo dijo...

Me parece regio saber que sigues mis opiniones , te ayudo para que dejes esa melancolía que acompaña tus escritos, olvida esos amores frustados y ponte a producir algo que valga la pena macho.
De lo que escribes prefiero el convento, allí me follaría a las del puticlub.

Athena dijo...

A mi, personalmente, lo que mas me gusta de tus relatos es tu ingenio a la hora de exponer las situaciones mas comunes.Tu creatividad se refleja en tus relatos cotidianos y en la capacidad que tienes para contarlo. Haces que apetezca leerte. Lo del tema de la melancolía, ¿qué quieres que te diga? cuando lo utilizas, da un toque romántico a este rincón y a mí me gusta y no por ello creo que sea la característica principal que describe a tus escritos. Transmites mucho más que eso, te lo aseguro.
Un saludo.

gatagaes dijo...

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miércoles...día totalmente insípido.

saludos!

Anónimo dijo...

¡Por qué has escrito este relato!
Espero que no haya oficinas tan monótonas, ni Rodríguez, ni Esther...¿y por qué tuvieron que echar a Muñoz?
Me has dejado KO. Tu si que eres un instigador.