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jueves

El soñador

Lloró su pérdida sin todavía saber como sufriría su ausencia.

Era una oscura mañana de octubre. Ella se encontraba en el descansillo del primer tramo de la escalera sosteniendo entre sus manos dos maletas y al elevar su mirada lentamente, vio como a duras penas se sostenían las ruinas del hombre que ya había dejado de amar. Dejó descansar uno de los bultos en el suelo y dijo adiós con su mano liberada en un gesto triste y contenido, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

Lo que después vino para él está mil veces escrito. El dolor y la rabia, los enrojecidos ojos escocidos de sal, la desesperación constante. El alma rota, las ganas de morir, la asfixia: el desamor. Y el tiempo, que todo lo espacia y lo cura o al menos lo aparenta, no le recompuso sus sueños, pero le trajo la calma y la vida de nuevo, y casi el olvido.

Una de las noches de aquellos días de nueva vida y calma pero también vacío se la encontró en sus sueños. Fue un reencuentro esperado y hubo llantos y abrazos. Hubo besos añorados y caricias, sonrisas y miradas que traspasarían cualquier espacio del tiempo. Pero el nuevo día amaneció, con el horror del sueño revelado y desaparecido, con la resignación de un nuevo día, de calma y de vacío. No fue una simple casualidad. Volvió a soñar con ella en la siguiente noche, y también en la siguiente, y en todas las noches siguientes que después de aquella primera vinieron. Detrás de cada sueño feliz un nuevo amanecer, cada vez más turbio e indeseado.

Al principio casi se asustó de lo que le sucedía, pero terminó por abandonarse al disfrute de la felicidad inmensa que le proporcionaban los sueños. Se aisló, regresaba a casa raudo del trabajo, adelantaba cada vez más la hora de irse a la cama e intentaba dormir y siempre, siempre, cada vez que el sueño lo alcanzaba, aparecía ella y su nueva realidad. Al despertar, maldecía no poder seguir durmiendo, no poder vagar eternamente en esa otra vida de emociones, de amor y sueño dentro de los sueños. Acudió al médico simulando un estresante insomnio para obtener fármacos que prolongaran su dormir, y así consiguió reducir el tiempo de su vida calmada y vacía y cada día pasó más horas con ella en su nueva realidad soñada de felicidad y amor.

Una noche, cuando acudía a su cita diaria, la vio de nuevo en el inicio de aquella escalera. Vio como soltaba su maleta y levantaba su mano en señal de adiós, con un gesto contenido y triste, mientras las lágrimas corrían por su mejilla. Trató de gritar y no pudo, trató de correr, de lanzarse escaleras abajo pero le invadió esa terrible sensación de inmovilidad que todos los mortales han sentido alguna vez en el sueño. Entonces, sintió la asfixia en su pecho, y el dolor y la desesperación y el llanto, mientras la imagen de ella se difuminaba y todo se apagaba lentamente.

Lo encontraron muerto sobre su cama, junto a los botes de Diazepan que lo hicieron tan feliz durante aquel efímero período donde se reencontró con ella y con la vida que siempre quiso vivir. Y nadie nunca lo supo.

©José Luis Pineda Requena

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Lloró su pérdida sin todavía saber como sufriría su ausencia....

exCelente!!! me ha gustado, me ha llegado, aunque prefiero finales mas felices. Aun así, ni todo es tan bonito como tu pintas los sueños, ni todo es tan triste como para agotarse en ese final.

Anónimo dijo...

Últimamente me viene pasando esto casi cada noche. Lo que es el subconsciente....
Pero bueno, siempre nos quedarán los sueños, no?

Daniela dijo...

Interesante relato.

A.M. dijo...

Ufff qué relato más bueno!! Es una auténtica pasada, me ha puesto la piel de gallina de lo bueno que es!! MI enhorabuena!
Un abrazo muy grande amigo!

AdR dijo...

Y es que hay seres humanos que se aferran demasiado a otros. La vida es de cada uno, en soledad, y para compartirla en solitario, o con los demás, cuando se esté preparado :)

Me gustó.

Abrazos

Anónimo dijo...

Me parece desgarrador.