Todo se le empezaba a difuminar tras una cortina de niebla y aturdimiento. El tiempo parecía detenerse y los objetos a su alrededor se desplazaban con una lentitud etérea, como si todo cuanto estuviese a su alcance, incluido él, comenzase a vagar por lugares imprecisos. Los pensamientos confusos, las palabras mudas, el maldito silencio ensordecedor que lo había acompañado siempre. Y entonces, en medio de toda aquella escena asfixiante, como una luz cegadora, irrumpió en su mente el diáfano y nítido recuerdo de su boda.
Aquel día él acababa de cumplir los treinta años y no podía imaginar otra forma mejor de celebrar la entrada en su nueva década que mostrando a todos la fiesta de su triunfo. Los estratos más influyentes de la ciudad se encontraban en aquel salón para ser testigos del festejo de su éxito. Tenía reputación, tenía dinero, mucho dinero, y tenía una bella mujer que lo amaba abnegadamente desde mucho antes de que todo ese reconocimiento aconteciera. Una preciosa mujer que lo había acompañado casi desde la adolescencia, que había crecido junto a él y sobre la que no tenía duda alguna de que lo amaba no por lo que ahora era, sino por aquello que algún día fue. Aquel día todo fueron parabienes y sonrisas. El amor de los hombres parecía transitar entre todas aquellas gentes complacientes. No había incómodas verdades, ni pasados sospechosos. No había dudas razonables. Todos parecían felices.
Aquel hombre enjuto y triste apareció disimulado entre la alborozada multitud. Parecía sacado de una película en blanco y negro y encajado forzadamente en una escena multicolor de felicidad fingida. Se acercó para felicitar al recién iniciado matrimonio y dirigiéndose a él le dijo:
- Enhorabuena joven. No olvides nunca que éste será el mayor éxito de toda tu vida. Tu mayor fortuna, tu mejor trabajo. Hay gente, mucha gente, que mueren sin amar y esa es una pena que ni con todo el dinero del mundo podrán enjugar.
Él mantuvo la mirada acuosa de aquel extraño que le sonreía con la resignación callada de quien sabe bien de lo que habla. Después, el hombre volvió a mezclarse en la multitud y él ya no volvió a verlo. Miró a su mujer, que con la misma sonrisa que todos los demás atendía a unos y a otros, y sintió cómo se le vaciaba el alma de repente. Notó cómo es el agudo dolor de quien sufre el peor de los engaños, el engaño de uno mismo. Aún no lo sabría pero allí, en ese preciso momento, comenzó el atormentado camino que lo llevaría hasta donde ahora estaba.
Entonces la luz desapareció, y también los confusos pensamientos, y la cortina de niebla y el tiempo etéreo. Todo se volvió oscuro. De esa oscuridad tranquila en la que nada existe ni habita. Una brazo flácido y arrugado se deslizó lentamente por el lateral de aquel sofá raído y maloliente. Una botella vacía rodó como a cámara lenta hasta golpear tímidamente en una desconchada pared. Clock.
Hombres. Vidas sin amor. Oscuridad.
©José Luis Pineda Requena
6 comentarios:
A veces creamos un espejismo para nosotros mismos, deseando ser "todo lo que se debe ser".
Pero los espejismos se rompen.
Me ha gustado mucho.
Saludos
...uff¡¡...cuanta verdad encierra tu historia...
Un saludo
Nos llevas de la mano por la vida de tu personaje, se puede ver los actos que no se escriben con palabras, ni siquiera con los silencios.
Un abrazo
A veces es necesaria la oscuridad para apreciar la claridad del nuevo día…
Me ha gustado mucho tu historia.
un saludo
rocio-málaga
Hola Rocío, gracias por la recomendación que me hiciste. Intentaré conseguir la película y verla. Ya te diré.
Me alegro mucho de que esta historia te haya gustado. Besos.
Este encaja también en la de aniversario :)
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