Hay determinados retratos de nuestra vida que uno piensa que permanecerán para siempre. Asumimos con trabajada naturalidad los cambios, los amores que vienen y van, el trabajo, las nuevas amistades, la vorágine de nuestro día a día. Pero hay algunas cosas que parecieran estar a salvo del tiempo.
En mi caso, una de esas cosas es la figura de mi abuela yendo y viniendo de su cocina al salón para ponernos de comer cuando íbamos a verla, siempre con una sonrisa de orgullo por el simple hecho de tenernos allí. Pareciera que no haya pasado el tiempo desde que empecé a visitar su piso sin ir de la mano de mi madre. La visitaba con Meli, luego durante mucho tiempo con Isa y últimamente lo hacía sólo o con mi hermano pequeño. Durante todos esos años hay algo que nunca cambió: su eterna sonrisa por tenernos allí.
Uno piensa que las cosas nunca van a cambiar y de repente, así, de repente, ella se encuentra postrada en la cama de un hospital aguardando un diagnóstico y llorando a veces porque lo que ella quiere no es estar allí sino cocinar el pollo en salsa y que sus nietos vayan a verla a su piso, no a la triste habitación de un triste hospital. Uno piensa que las cosas nunca van a cambiar y de repente han cambiado y entonces lo que uno querría es recuperar todo el tiempo perdido, y arrepentirte de todas las semanas que no fuiste a verla porque tenías otras cosas que hacer. Siempre hay otras cosas que hacer cuando uno piensa que la escena -mi abuela, su cocina, su sonrisa- no cambiará.
Pero el tiempo no espera.
1 comentario:
No sabía q hubiera enfermado. Espero q ya esté mejor. De todas formas, me ha encantado esta visión q has hecho del tiempo. Me doy cuenta q somos muy diferentes en la visión de algunas cosas. Yo ya no tengo abuelos pero me encanta ser tu amigo...
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