Otro Lyon a las puertas

Llevaba años de aquí para allá, sin un rumbo fijo, sin anclajes a la tierra ni a las personas. Muchos años ya, cualquiera diría demasiados, lidiando consigo mismo, evitando enfrentarse de cara a las cosas.

No le resultó fácil encontrar un lugar en Tulung donde sirvieran cerveza y tuvieran un televisor con canales internacionales, pero hacía dos días que no podía hacer otra cosa que buscarlo. Dos días recordando Lyon, donde él todavía era un crío y no podía saber cuánto habría de marcarle aquel viaje. Lyon, un destino de ida y vuelta de la mano de su padre, todavía joven y saludable, ahora muerto, donde descubrió tantas cosas que desconocía. Su padre, con sus grandes bigotes y su sonrisa perpetua, la esperanza, la alegría, la felicidad plena. Recordaba la euforia desmedida que acompañó aquellas horas y los nervios de su padre que él ahora, casi un cuarto de siglo después, podía comprender tan bien.

Pidió una cerveza más para terminar con aquel repaso mental, para recordar el llanto y la pena, la tristeza que todo lo invade. El silencio que a todos una vez nos atrapa y la oscuridad que apaga hasta los más vivos colores. Aquello fue Lyon, una lección concentrada de vida en torno a algo que muchos entienden como superfluo. Pero ¿qué pueden saber ellos?

Después vino el desierto. Y la vida.

El desierto y la vida.

Miraba el fondo de su copa y el vaho en ella era como la niebla que antecede el momento. Sin los bigotes de su padre y en un lugar perdido en el mundo veía en aquel vetusto televisor al Atleti, la única pasión a la que se había mantenido fiel e inquebrantablemente unido durante toda su vida. Sonrió al ver el escudo y las rayas rojiblancas en aquel pequeño rincón de Anfield que era la antesala de un regreso. Con otro Lyon a las puertas, veinticinco años después y toda una vida a las espaldas en aquel momento pensó que después de todo, nada había cambiado.

©José Luis Pineda Requena

Córdoba, 29 de abril de 2010