A. no ha dormido esta noche en casa. Anoche, la fiesta en el piso de su compañera de clase terminó con todos en Mancis, el local de moda de la temporada. Los curiosos azares de la noche la llevaron a conversar con R., el atractivo camarero por el que todas sus amigas, y también ella, suspiran y bromean. El local se fue quedando vacío y sus amigas se despidieron con un guiño cómplice. En ese momento, mientras R. atiende a los rezagados clientes al fondo de la barra y ella pacientemente lo espera, reflexiona sobre por qué se habrá fijado en ella esta noche. No es la más guapa, ni tampoco la más simpática, es una chica normal, bastante normal, que no ofrece -y ella lo sabe- ningún atractivo especial en las distancias cortas. Justo antes de que en su interior se empiece a conformar una justificación idílica de la situación, ésta es desterrada por R. que vuelve al lugar de la barra donde ella se encuentra y continúa con su manual de burda seducción que no persigue situaciones idílicas sino acabar con ella, misteriosamente con ella, en la cama al salir del bar.
Ella dejó su mente a un lado de la reflexión por aquella noche y se marchó con R. hasta su piso después de que él cerrara el Mancis. Sin demasiados preámbulos tuvieron sexo que a ella no terminó de satisfacer y pronto, después ella que él, se quedaron dormidos. Un poco más tarde, despertó como de una pesadilla y se encontró en aquella extraña habitación, desnuda, con su ropa en el suelo y un hombre al lado; babeante, con un cuerpo que le es tan ajeno, y que dista tanto de aquel atractivo camarero por el que todas bromean y también suspiran. Se levanta sigilosamente aunque un leve ronquido de R. le muestra que ni el tropel de un elefante lo despertaría, pero eso no la tranquiliza. Apremia, se viste con la misma ropa de la noche anterior, y sale de aquel lugar que empezaba subrepticiamente a asfixiarla. Su conciencia, inhabilitada para la justificación, comienza a elaborar mecanismos de reproche que la convierten en una persona arrepentida y asqueada de sí misma por todo lo que en la noche anterior ha sucedido y así, como para poder purgar sus penas, se detiene en la biblioteca antes de regresar a su casa.
Son las 11 de la mañana de un sábado y la biblioteca todavía se encuentra medio vacía. Ella se marcha hasta la mesa del fondo y aunque no es consciente de ello, va dejando un rastro de alcohol y tabaco que hace levantar la vista a los ensimismados lectores y por unos segundos, en algunos casos, unos minutos en otros, se convierte en el centro de sus vidas, de todos los que allí están leyendo, pues el olor de la noche en la mañana les evoca a cada uno de ellos una historia diferente acerca de quién es A. y de dónde viene. Ella no será consciente del olor, ni tampoco de su protagonismo en esas historias. Sólo piensa en olvidar la noche anterior y empezar a construir la necesaria ficción que hará de la desagradable sensación que ahora la atormenta la envidia de todas sus amigas. Fija su ojerosa mirada en el libro de Histología General que ha sacado de una estantería pero no puede dejar de pensar en la transformación de los cuerpos y lo desastroso de la noche y del alcohol y de las lasas voluntades. Mientras tanto, las otras A. continúan su historia en la imaginación de cada uno de los lectores, que poco a poco, mientras el rastro del olor se difumina, reconducen su distracción y terminan volviendo a sus lecturas.
©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 23 de septiembre de 2010
Ella dejó su mente a un lado de la reflexión por aquella noche y se marchó con R. hasta su piso después de que él cerrara el Mancis. Sin demasiados preámbulos tuvieron sexo que a ella no terminó de satisfacer y pronto, después ella que él, se quedaron dormidos. Un poco más tarde, despertó como de una pesadilla y se encontró en aquella extraña habitación, desnuda, con su ropa en el suelo y un hombre al lado; babeante, con un cuerpo que le es tan ajeno, y que dista tanto de aquel atractivo camarero por el que todas bromean y también suspiran. Se levanta sigilosamente aunque un leve ronquido de R. le muestra que ni el tropel de un elefante lo despertaría, pero eso no la tranquiliza. Apremia, se viste con la misma ropa de la noche anterior, y sale de aquel lugar que empezaba subrepticiamente a asfixiarla. Su conciencia, inhabilitada para la justificación, comienza a elaborar mecanismos de reproche que la convierten en una persona arrepentida y asqueada de sí misma por todo lo que en la noche anterior ha sucedido y así, como para poder purgar sus penas, se detiene en la biblioteca antes de regresar a su casa.
Son las 11 de la mañana de un sábado y la biblioteca todavía se encuentra medio vacía. Ella se marcha hasta la mesa del fondo y aunque no es consciente de ello, va dejando un rastro de alcohol y tabaco que hace levantar la vista a los ensimismados lectores y por unos segundos, en algunos casos, unos minutos en otros, se convierte en el centro de sus vidas, de todos los que allí están leyendo, pues el olor de la noche en la mañana les evoca a cada uno de ellos una historia diferente acerca de quién es A. y de dónde viene. Ella no será consciente del olor, ni tampoco de su protagonismo en esas historias. Sólo piensa en olvidar la noche anterior y empezar a construir la necesaria ficción que hará de la desagradable sensación que ahora la atormenta la envidia de todas sus amigas. Fija su ojerosa mirada en el libro de Histología General que ha sacado de una estantería pero no puede dejar de pensar en la transformación de los cuerpos y lo desastroso de la noche y del alcohol y de las lasas voluntades. Mientras tanto, las otras A. continúan su historia en la imaginación de cada uno de los lectores, que poco a poco, mientras el rastro del olor se difumina, reconducen su distracción y terminan volviendo a sus lecturas.
©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 23 de septiembre de 2010
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