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sábado

Historias de Biblioteca (III)

Tatiana lleva un mes en la ciudad y pasa todas las mañanas de su día libre, el sábado, en la biblioteca. Para ella es como un ritual perfectamente establecido. Tiene que coger dos autobuses y caminar diez minutos exactos. Cuando llega, el guardia de seguridad que acaba de abrir la puerta y que ya empieza a reconocerla, la saluda con un alegre buenos días al que no termina de acostumbrarse. Sube a la sala de lectura y coge la misma novela y el mismo diccionario. Cada vez puede leer con más fluidez, cada vez le es preciso mirar menos palabras en el diccionario. Entre ambos, un cuaderno en el que anota, siempre en su nuevo lenguaje, con una caligrafía lenta y precisa. Al poco de estar enfrascada en su tarea, la sala de lectura empieza a llenarse de gente, que con diversos fines, ejecutan la misma acción común: leen, escriben.

La biblioteca está llena de personas que leen y escriben. Observa el paisaje y se siente segura, feliz. Siente una calidez interior a veces interrumpida por el punzante recuerdo. Mira a través de las cristaleras y el sol se torna gris, y el silencio estruendo de muerte y horror. Bombas, gritos, extramuros de un lugar donde su padre la abraza bajo las mesas y abre un libro tras otro para enmascarar la vida con la sucesión de historias que encontramos en los libros. Mientras todo se muere en el exterior, su padre le da a probar nuevos cuentos, y, cuando los estallidos se acercan tanto que pareciera que los dos mundos vayan a mezclarse, él le pega el libro a la nariz y la aspiración de ese olor es como la pócima que disuade todo el espanto de la realidad. Poco a poco vuelve el silencio.

Tatiana huele las páginas de la novela que lee y también las del diccionario, y disipa con ese olor el recuerdo como en su infancia disipaba la crudeza de la vida. Continúa leyendo y estará así hasta las dos, momento en el que saldrá a enfrentar de nuevo la realidad, hasta que el próximo sábado vuelva a aparecer.

Para ella, la biblioteca será siempre su verdadero hogar.

©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 16 de octubre de 2010

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