La mesa desvencijada frente a la ventana por donde se filtraban exánimes las últimas luces del día. Los libros abiertos sobre ella, los poemas marcados, los versos subrayados. Los gastados papeles llenos de palabras y tachaduras. Llenos de sueños y de arrepentimientos. Los grabados en la pared de la derecha, ocultándose del día y las estanterías desordenadas a la derecha donde se mezclaban en perpetua orgía la pintura y la escultura, la literatura, la muerte y también la vida. La colina al fondo del paisaje, el penetrante olor a madera vieja y el crepitante crujir de los pasos que se acercan y se alejan de la mesa con el apagado ritmo de un antiguo vals.
Estaba todo tan, tan, en el mismo lugar, que por un momento dudé que hubiera transcurrido un siglo desde aquella huida sin retorno.
1 comentario:
El tiempo es tan rápido que incluso nos cuesta subirnos a él.
Precioso.
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