Pronto alguien lo descubriría y daría inicio un proceso por todos conocido. Policía, últimas personas que lo vieron vivo, sospechosos, investigación, juicios, papeles y más papeles, olvidadas fichas. Se repetirían hasta la saciedad aquellas cosas que todos conocían.
Lo que nunca nadie podría averiguar fue de dónde salió el cenicero que sesgó su vida en aquel impoluto despacho de la cuarta planta de un edificio donde hacía bastante tiempo que se cumplía a rajatabla la ya remota prohibición de fumar. Y tampoco nadie podría saber que las palabras últimas que aquel audífono que ahora se inundaba de sangre le transcribió fueron:
"Me obligaste"
©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 21 de octubre de 2009
1 comentario:
Muy bueno...el final estupendo, jeje. Un saludo.
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