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lunes

[ST] Salamandras

Pasaba los días dibujando salamandras. Mientras su familia la observaba atónita, ella estaba tranquila y feliz, recogiendo un folio, unos colores, y dibujando una nueva salamandra. Al terminar, la recortaba cuidadosamente y la colgaba al azar en una de las paredes de su habitación donde todavía faltara un hueco. Su madre lloraba en la puerta de la habitación, mientras ella se mantenía ajena a todo. Así durante toda la mañana, hasta la hora de comer. Cuando terminaba con el papel dibujaba con el dedo, en el suelo o en un lienzo imaginario. Las salamandras empezaron a conformar un espacio denso y acechante, la habitación terminó convirtiéndose en un lugar tenebroso y oscuro que asustaba a todos menos a ella. Había salamandras por todos los rincones. Cada cierto tiempo las convulsiones le sobrevenían y las náuseas doblaban su cuerpo. Ni siquiera la talidomida podía ya calmarla. Era el único momento del día, mientras su madre entraba a limpiar los vómitos, sujetándose las lágrimas, en que ella permitía sin alterarse la compañía de otros. Aquel infierno doméstico duró catorce meses, hasta que un día, la madre escuchó el grito definitivo y al entrar al cuarto no encontró sus vómitos, ni su cuerpo doblegado, ni el rastro de una sola salamandra. Encontró el vacío en una habitación de paredes limpias y la cortina agitada por el viento de una ventana abierta.

©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 21 de junio de 2010

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