Los círculos que dibujaba con la uña sobre el borde del vaso eran el retrato perfecto de la escena. Ofrecían un contraste inmejorable: la uña pintada de rojo, cuidadosamente perfilada, el borde del vaso rayado por el uso. Los círculos se dibujaban precisos, despaciosos, sugerentes, dibujando el contorno de una espera latente. Poco a poco el movimiento se fue volviendo hosco, acelerado. Las perfectas circunferencias dieron paso al dibujo de sinuosas carreteras en las que la velocidad de aquella uña pintada de rojo mostraba el nerviosismo creciente que la atenazaba. El gastado borde soportaba impávido las presiones, cada vez más desproporcionadas, de la desconsolada uña. Así, hasta que la metáfora quedó impecablemente sellada. En una de aquellas fuertes presiones sobre el vaso, reflejo de la intuición atenazadora, el ajado borde rompió la uña, cuyo trozo más débil cayó sobre la bebida y permaneció flotando en una dulce oscilación. Hubo silencio y certeza.
Supo que no iba a venir.
©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 23 de junio de 2010
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