Tenía la piel arrugada, un pelo ralo que daba la imagen de un viejo cartón descolorido a manchas. El hocico descolgado, pliegos superpuestos de un gris sucio, usado, nada que ver con el esperado y reluciente negro. La mirada triste, los andares torpes, un largo y gigantesco cuello sin el cuál le hubiera sido imposible identificar al animal. Todo el mundo reía alborozado y trataba de acercarle un trozo de hierba, un caramelo prohibido, intentando con gran algarabía que la jirafa se acercara al foso que los separaba. Ella los miraba ajena, deambulando esquiva, como si sintiera vergüenza por haberle enseñado a aquel niño de mirada triste que la vida no iba a ser como la estaba aprendiendo en los libros.
©José Luis Pineda Requena
Córdoba, 24 de enero de 2012
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